Juventus, Tottenham, Lille, Udinese, West Ham o Athletic Club. Son solo algunos ejemplos de clubes que empezaron a construir su nuevo estadio después que el Valencia y ya llevan años disfrutando de él. Todos clubes de las cinco grandes ligas, diferentes tamaños y sin querer entrar en la sexta liga, la rusa, que gracias al Mundial construyó una docena de coliseos para sus equipos de élite. El último ejemplo es el de un equipo del que hablábamos aquí hace poco, el Friburgo alemán, que el pasado sábado estrenaba su estadio de 100 millones de euros para una ciudad con un cuarto del tamaño de València. Lo hacía, por cierto, ante un club que todavía no había nacido cuando se puso en marcha el Nou Mestalla y que ya tiene en su palmarés un subcampeonato de liga y unas semis de Champions: el RB Leipzig.

Volví ayer a València y, como todo valenciano de a pie, estoy harto de pasar por Cortes Valencianas y que siempre mis amigos de fuera se pregunten qué es esa mole de hormigón. Cómo se pueden hacer tan mal las cosas para tener ese mamotreto ahí parado desde hace una década. Bueno, se puede. Y más de uno lo ha podido comprobar en sus propias carnes.

Para no irnos muy lejos, ni Athletic Club ni Espanyol andan del todo satisfechos con sus estadios. A los pericos, que empezaron meses antes la construcción del RCDE Stadium, les cuesta rebasar el 50% de aforo tras sobrepasar los 100 kilos en el proyecto. Los leones se jactaban de haber invertido 50 millones en el Nuevo San Mamés, siguen quejándose de la pérdida de mística tras abandonar La Catedral. Esta semana, se enteraban de que el césped se deteriora mucho más rápido por deficiencias en la construcción del estadio.

En Alemania, el modelo a seguir para todo, hay casos de todos los colores. El 1860 de Múnich, eterno rival del Bayern, tuvo que vender su parte del Allianz Arena por no poder hacer frente al mantenimiento. Al Duisburg, ahogado por las deudas, no le dejaron inscribirse en Segunda en 2013 y el gobierno regional tuvo que hacerse cargo del estadio tras el descenso administrativo. Y el caso más dramático, el del Alemannia Aachen, que se gastó 30 millones de euros en construir un estadio que nunca supo cómo pagar. El gobierno local, avalista del proyecto, salvó la bancarrota. Otra cosa era la salud deportiva del club: pasaron rápidamente de segunda a regional.

El cambio de estadio es una necesidad para un club de élite como el Valencia, al margen de la situación jurídica del viejo Mestalla. La vicepresidenta del Barça, otro de los clubes que necesita el cambio como el comer, anunciaba este domingo que los culés tienen operarios pendientes de que no bajen los plomos del Camp Nou durante los partidos, debido a la sobrecarga para poder conseguir la iluminación necesaria para las retransmisiones en 4K.

En todos los casos, un factor común: cuando las cosas se ponen feas, no suele haber milagros. El propio Valencia ya ha quemado la carta de las instituciones salvándolo. Esperemos que sepa usar mejor el comodín de CVC.