Opinión

La última vez que Piccini fue titular

Cuando las apuestas van en su contra, el murciélago da esa sensación de rebeldía que tanto enciende a Mestalla

Piccini volvió a jugar de titular en LaLiga

Piccini volvió a jugar de titular en LaLiga / Mario Monsalve

Ni tú ni yo nos acordábamos, pero Piccini seguía en el Valencia. La última vez que Piccini fue titular, también fue en Balaídos. Ya jugaba Maxi, estaban Gayà o Wass en el once y el recién llegado Cillessen era titular. Y hasta ahí los parecidos. Me gusta pensar que, tras su eterna lesión del aquiles, el italiano se quedó criogenizado en el galpón donde Abel Caballero guarda las luces navideñas de Vigo, esperando su momento. Lo imagino volviendo a Paterna como cuando Rick Grimes se despertó en The Walking Dead: el lugar era el mismo, pero el mundo había cambiado completamente.

La última vez que Piccini empezó un partido, seguía siendo soldado de Marcelino. Todavía no lo sabíamos, pero el juguete ya estaba roto y al asturiano solo le quedaba un partido en el Valencia. Rodrigo todavía no había recogido sus cosas de la taquilla para su primera salida frustrada al Atleti. Ferran y Kang-In eran las grandes esperanzas del club y la reválida en Champions con el aliciente de la Copa todavía ilusionaba a Mestalla. Empiezo a pensar en Piccini como en una especie de figurita de la suerte: le veo subiendo la banda y recuerdo el récord de Marchena con la selección, ese de los 56 partidos seguidos sin perder con él cerca. Piccini también dejó de ser defensa para convertirse en una cábala que nos retrotrae a la época más gloriosa del club en quince años. 

La suerte del italiano es no haber estado dos años de entreguerras. Jugó 42 minutos con Voro, 22 con Javi Gracia y ni siquiera pudo estar con Celades. No sale en ninguna de las fotos de la deriva de un equipo bastante lejos de la garra que mostró él mismo en su único gol como valencianista. Aquel minuto 94 contra el Huesca es una postal de todo a lo que aspira a ser el Valencia. Y esa versión la volvimos a ver en Balaídos. El cambio de Piccini en la recta final de partido simboliza el esfuerzo titánico de un equipo lejos de la calidad de antaño, pero que redobla esfuerzos para no bajarse del barco por Europa. El Valencia da sensación de ser una piña y de creer en su entrenador, señas de conjunto sano a la espera de resultados.

Bordalás prefiere quitarse la presión de pelear por entrar en la zona noble y no le culpo. Al fin y al cabo, Piccini tuvo que ser titular cuando muchos lo daban por perdido para el fútbol de élite. Cuando las apuestas van en su contra, el murciélago da esa sensación de rebeldía que tanto enciende a Mestalla. Cada vez que entramos en lo que desde ahora llamaré el eurodebate, al equipo le acompaña un tropiezo que ya no parece casual: las expectativas parecen superar a la Bordaleta, cómoda como cochino en el barro cuando mantiene el perfil bajo. El Valencia estuvo brillante en Balaídos, pero solo un Valencia entonado parece capaz de sacar los partidos adelante. No hay victoria fácil para este equipo: eso es precisamente lo que le aleja de volver a Europa.