"Papá, no voy a llorar porque el Valencia ha corrido mucho, y ganaremos a la siguiente". Desde que tengo uso de razón soy valencianista. Jamás me he planteado la razón de serlo porque siempre ha formado parte de mí. Ir a Mestalla -cuando no era profesional- era algo que formaba parte de mi vida. Tener el privilegio de poder narrar los mayores gestas deportivas de todos los tiempos en ese periodo sagrado de 1999 a 2004 fue un regalo del cielo. Pensaba que eso había sido lo mejor que me había pasado en la vida, valencianísticamente hablando, pero, como en tantas cosas, estaba totalmente equivocado. Casi me ha costado 20 años darme cuenta, pero lo tengo muy claro.

El fin de semana vivido en Sevilla con mi mujer y con mi hija ha sido algo que ha cambiado mi forma de ver y de sentir, y eso, a mis casi 48 palos, no es sencillo. Como decía mi padre, al Valencia lo vas viendo de forma distinta a medida que te haces mayor. Puedes llegar a relativizarlo todo, te puede llegar a dar más o menos igual porque en tu vida mandan otras cosas. La verdad es que nunca he tenido esa sensación, porque siempre termino metido hasta las cejas de una forma u otra, pero esta final me ha hecho conocer una perspectiva que jamás había vislumbrado.

Cuando Hugo Duro marcó el gol del empate, me volví loco, como todos. Pero lo primero que hice fue coger a mi hija en brazos, elevarla al cielo, y ver en su cara una alegría que no sabría cómo describir. Cantaba gol como su padre, y como su madre, con la que nos fundimos en un abrazo que no olvidaré mientras viva. Ese momento, ese preciso instante, me hizo comprender que la pasión por este club es algo que va mucho más allá de ganar o perder, que es una forma de sentir, de vivir. Lo bueno y lo malo. Explicar a una niña de siete años que hemos perdido, que no se tiran más penaltis y que la Copa se la dan al otro equipo, no es sencillo (muchos padres me comprenderán perfectamente), pero ella lo asimiló de una de manera que nos dejó sorprendidos. Es del Valencia, ganando o perdiendo, y eso es más grande que cualquier trofeo que me hubieran dado el sábado.

En mi casa se vive el fútbol porque, al final, es mi trabajo, desde muchos puntos de vista. Y supongo que queriendo o sin querer soy un taladro cuando hablo del Valencia, y los niños son esponjas. No le he dicho a mi hija que debe ser de un equipo o de otro, le surgió de forma natural, espontánea, y confieso que me siento orgulloso por ello. Es el gran premio de una final de Copa que nos debe marcar tanto como la de 1995, porque la siguiente generación debe estar lista para entender qué es ser del Valencia, qué conlleva serlo; que estamos curtidos en las derrotas. Por eso las victorias nos saben mil veces mejor que a muchos otros.

Como yo deben sentirse miles de valencianistas, esos que demostraron orgullo por encima de todo. Sentimiento de pertenencia incondicional, hambre y ganas de volver, muchas más que antes de ir. Confieso que estoy tratando de hablar con quien procede para intentar explicarle qué significa todo lo que está pasando, lo importante y lo trascendente que es, que esta es una oportunidad mucho más grande que la de 2019, con la Copa del Centenario y el equipo en Champions. Sí, es más grande, aunque haya quien no lo vea. La experiencia te da una visión distinta de las cosas.

Vienen tiempos muy duros, muy complejos, y si Peter Lim no quiere vender (que no quiere), no podemos estar desconectados la propiedad y el entorno. Ellos de nosotros tampoco, porque esto es una relación bidireccional. Y no, no estoy pidiendo un mundo ideal, porque eso no existe. Y tener el sentimiento a flor de piel no nos puede llevar a engaño. Hay mucho que hacer, un club por el que luchar, y una generación que tiene todo el derecho a vivir y disfrutar del Valencia tanto como sus antecesores. Porque un día mi hija y los hijos de todos nosotros deben celebrar un gol en una final con sus propios hijos, continuando de ese modo con el legado. Eso es hacer club, ese es nuestro valor real. Porque esto, señor Lim, es lo que hace que el Valencia, más allá de los sentimientos, sea una gran empresa.