El espontáneo

La Champions la graban durante el verano y el resto del año nos van poniendo los partidos como si fueran en directo

La afición del Villarreal CF en la Champions League

La afición del Villarreal CF en la Champions League / PETER POWELL

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Me crucé con Álex, le pregunté qué tal y me dijo: “No debimos haber salido a jugar el segundo tiempo”. Le pedí que desarrollara la respuesta. 

Álex es del Villarreal y al descanso su equipo iba ganando 2-0 al Liverpool, igualando la semifinal de la Champions contra pronóstico en ese momento, pero después salieron a jugar el segundo tiempo y el marcador viró hacia el 2-3 con contundencia y sin remedio. Me explicó Álex, y se le ponía aún la piel de gallina al recordar todo aquello, la excitación febril del intermedio, el estado de euforia colectiva que se vivía en el estadio, que era exactamente el mismo desparrame emocional que él sentía por dentro. La estimulante mezcla de incredulidad, felicidad y riesgo. Me explicó que no sabía si estaba viviendo una película, una novela o un sueño. Me explicó que intentó enviar algún wasap y le temblaban los dedos. Me preguntó Álex cuándo volvería a sentir eso que sintió en ese descanso, con el pulso acelerado, la medalla del 2-0 y el corazón contento. ¿Cuándo? ¿Cómo se vuelve a sentir eso? Quizá nunca. Quizá pronto. Quizá con la ayuda de alguna droga de diseño. No lo sabemos. El fútbol es lo mejor, eso sí, convendremos.

Se marchó Álex y me quedé pensando en lo de no salir a jugar el segundo tiempo. Igual es demasiado, pero alguna vez he pensado que es mejor no llegar al final del cuento. Alguna vez he pensado que es mejor el deseo, la expectativa de la conquista, que el propio hecho consumado luego. Alguna vez he pensado que es mejor imaginarlo que saberlo. Igual Álex firmaría vivir para siempre en ese descanso, saboreando las vistas desde el balcón del anhelo, pulsando un botón mágico para detener el tiempo.

La existencia de ese botón mágico confirmaría, además, algo que sospecho desde hace tiempo. La Champions la graban durante el verano y el resto del año nos van poniendo los partidos como si fueran en directo. Los futbolistas firman las mismas cláusulas de confidencialidad que los concursantes de los realities, y tuitean por las noches como si nada, haciéndose los suecos. Las declaraciones de los entrenadores, las protestas a los árbitros, las remontadas y los fueras de juego. Todo está guionizado, pactado y revisado, y todos están obligados por contrato a guardar silencio.

Toda esa gente que no sabemos muy bien de qué trabaja se dedica a esto. Lo que vemos sobre el césped son los capítulos ya montados que van emitiendo. Por eso no dejan saltar al terreno de juego a nadie ajeno al gran secreto y por eso, también, descubrí el miércoles en el partido del Bernabéu el fallo de sistema que tanto tiempo esperé, el error que tarde o temprano sabía que acabarían cometiendo. Porque en el primer minuto de la prórroga saltó un espontáneo al césped con una bandera, un gesto que obviamente no tenía ningún sentido porque en el minuto 89 no iba a haber prórroga ni de cerca ni de lejos. ¿A qué esperaba entonces ese tipo? El Madrid-City se iba a acabar y no iba a poder saltar para reivindicar lo suyo. ¿Existe algún ser humano con semejante sangre fría? Por supuesto que no. ¿Acaso sabía algo que los demás no sabíamos? Por supuesto que sí. Es evidente que tenía el guión de la eliminatoria. Es evidente que era un actor más y por eso esperó a la prórroga, porque sabía que iba a haber prórroga, porque lo ponía en el libreto.

No hay que darle más vueltas. Vivimos una simulación. Estamos todos dentro.