Superdeporte

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Vicent Chilet

Lo que aprendimos en la calle

En calles que desaparecieron aprendimos a jugar y a la calle que resiste hemos vuelto para defender al Valencia

Una imagen de la última protesta contra Meriton EDUARDO RIPOLL

La lucha social para que los valencianistas recuperen el Valencia es una maravillosa aventura quijotesca porque rompe contra toda lógica, va a contracorriente de un fútbol que se rige por otras reglas y de un mundo que ha cambiado.

A la misma velocidad con la que los centros de las ciudades van vaciándose de negocios tradicionales para que franquicias globales borren toda huella singular y las comunidades locales se reducen a simple clientela muda, el fútbol se mueve por coordenadas que escapan a los propios clubes e incluso a su estructura societaria, con socios o un solo dueño.

LaLiga es un producto global que controla cada detalle, desde la gran inversión de CVC hasta posicionarse por Mbappé o que el plano televisivo que se ofrezca de una grada vaya acorde con la realidad que se quiere proyectar. La experiencia del viajero que aterriza en ciudades dominadas por el turismo de multinacional se asemeja bastante a la de un aficionado que comprueba que todos los estadios, todos los cánticos y hasta la altura de cada césped se parecen.

El valencianismo bajó a la calle el pasado sábado para reclamar un fútbol que, hace años, dejó de pisar la calle. Lo explicaba hace poco Pablo Aimar, con esas reflexiones que son magníficos controles orientados. «Hace treinta años sí jugábamos en la calle tres horas, después de entrenar, porque el mundo era otro».

Un «juego salvaje» en el que la improvisación y el disfrute se complementaba con un academicismo que hoy ha impuesto una robótica verdad con centrales autómatas que, desde los 8 años, ceden el pase fácil a su lateral antes de arriesgar a romper líneas con una conducción larga, de viejo líbero. Hay un paralelismo bello y loco entre la masa social movilizada del Valencia que quiere revertir un orden que va más allá de tumbar el 90% de Peter Lim, y el arranque creativo de un extremo gambeteador, de un Morales que todo lo aprendió en el parque San Isidro de Getafe y que resiste como un verso suelto en un mundo de iguales.

En calles que desaparecieron aprendimos a jugar y a la calle que resiste hemos vuelto para defender al Valencia. Con el clamor social no bastará, pero sin la reivindicación constante culminada en tres manifestaciones, a cada cual más icónica, no se activarían los resortes (LaLiga, bancos, gobiernos) que deberán acelerar un cambio histórico, que será inspirador para cualquier hinchada.

De momento, y no es poco, desde la calle, ante la mirada de las lonas de Kempes y Puchades, se ha levantado una armadura social en la que la participación del aficionado vuelve a trascender y que obligará a toda futura gestión a gobernar de forma responsable. 

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