Opinión

Si se nace cuadrado, no se muere redondo

Rino Gattuso se sentará dos meses o tres años en Mestalla, pero siempre dará la cara

Gattuso

Gattuso / CESARE ABBATE

Como tarjeta de presentación, Rino Gattuso no tendrá mejor mensaje ante el valencianismo que el título que le dedicó a su autobiografía, «Si se nace cuadrado, no se muere redondo». Un proverbio italiano que viene a decir que nadie puede cambiar su propia naturaleza, que se nace y se muere con un determinado carácter, sin traicionarse nunca a sí mismo. El refrán vale para la esperanza de Gattuso, para la resistencia de Mestalla y para calar la supuesta voluntad de cambio de Peter Lim. Todos nos conocemos.

Gattuso se sentará dos meses, una temporada o tres años en Mestalla, pero no cambiará, no dejará de dar la cara por sus jugadores y por aquello que considera justo. Con los mismos valores con los que creció en el seno de una familia humilde de carpinteros en Corigliano Calabro, pueblo de pescadores, con los bidones vacíos de las barcas a modo de postes en los partidos eternos en la playa. Solo había un modo de que la abuela Flora y la madre Costanza calmasen el ímpetu del niño que rompía los cristales del vecindario dando puntapiés al Supersantos, el clásico balón de plástico anaranjado de toda infancia italiana. Solo la visión del mar hipnotizaba a Rino. Cuando los pescadores regresaban de faenar, bajaba a su encuentro para ayudar a descargar cajas. Siempre obtenía algunas sardinas y moluscos como recompensa, que vendía a las amas de casa en la plaza del pueblo. El resto de su historia se parece mucho a la de tantos italianos meridionales que emigraron al norte y que escuchaban el grito despectivo de «terroni» (aldeanos) tanto a la salida de una fábrica como, en su caso, en el coro ultra en estadios del Véneto.

Gattuso habrá recibido «el ok de Lim» y estará representado por Mendes, pero eso no lo convierte necesariamente en un entrenador del régimen, y quedan ruedas de prensa por delante para que el propio Lim constate, como dejó caer Rafa Marín en «Línea de Fons», la indomabilidad de Ringhio, un tipo de voto conservador que ha alzado la voz contra Salvini. En esta primera semana ha sido sintomática la diferencia en la que se ha encajado la llegada de Gattuso, entre el escéptico mestallismo y entre el fútbol italiano, donde Rino conserva estima, prestigio y se le atribuye la persuasión para convencer a refuerzos en una aventura sin garantías. Mientras que en Italia han explotado en todo su fervor primaveral las informaciones de fichajes de los «esclusivisti», todo un género propio del periodismo deportivo de mercado, en València la reacción ha sido lógicamente alérgica, como debe ser tras sufrir ocho años de gestión que han llevado al club al abismo. Gattuso parte como víctima colateral de las circunstancias que rodean al club y que vician de raíz el desarrollo normal de un proyecto. Y aún aguarda un verano con fotos que dolerán, con emblemas del equipo que vestirán otros colores y hasta puede que pasen a ser rivales. Gattuso y Mestalla se parecen, y no solo en el aplauso del tribunerismo gestual. También en su rebeldía. El del Valencia es un estadio que jamás aceptará que le cambien sus convicciones, que lleva meses de lucha tratando de conservarse cuadrado sin que lo transformen en algo redondo, en lo que nunca fue. Es plenamente compatible que Gattuso despegue y que la movilización contra Lim siga conquistando pequeñas grandes victorias. En realidad, es la única fórmula válida. Rino y el Valencia se la juegan. Al igual que en su casa de Corigliano Calabro, Gattuso comprobará que desde la última fila de Mestalla también se llega a ver el mar.

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