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Vicent Chilet

Best y el cine con goteras

El Valencia también es ahora alguien triste y encerrado, soñando con los focos encendidos de las noches europeas

SPORT SOCCER BEST DEATH MATTHEW ROBERTS

El con una velada. Los focos encendidos de los estadios, el exotismo de un rival de otro país, el ambiente festivo de la grada. Una estampa que invitaba al placer de divertirse con la pelota en un tiempo de aperturismo social. Scooters, anfetas, ‘She loves you’ y paquetes turísticos a Mallorca para la primera generación que no hipotecó su juventud en una guerra. Eran partidos en los que sucedía aquello que otro jugón adelantado a su tiempo, Pep Claramunt, todavía recuerda hoy en los almuerzos en el bar de la plaza de la iglesia en Puçol.

El rocío de la noche humedecía el césped y la pelota circulaba rápida, al gusto de los buenos peloteros. Era en la Copa de Europa, en el bengaleo y griterío de Da Luz cuando fue bautizado como ‘el quinto beatle’, o en las visitas al glamuroso Stamford Bridge, con su canódromo anexo, cuando Best destapaba su esencia con el mejor repertorio de regates. Eran las greñas al viento, la camisa por fuera y los puños apretados, era la juventud invencible sorteando a rivales y a las órdenes de Matt Busby o Bobby Charlton.

En ese estado de ánimo que es el fútbol definido por Valdano, Best se perdería el emblemático Mundial del 66 en Inglaterra por la debacle de Irlanda del Norte en su visita a Albania. Los cuatro días de encierro en un hermético hotel en Tirana, bajo un diluvio constante y con una sola escapada a un cine con goteras para ver una película rusa subtitulada en albanés, apagaron a Best en el partido decisivo.

Hay futbolistas, y por extensión clubes, que responden a una definición muy concreta, a una esencia. Por más que se aluda a 1986 como la oración que esta vez también nos rescate, el Valencia que siempre conocimos fue un equipo descrito desde su ambición. Alegre, respondón, genuino en su vocación europea. Reconocible en los partidos nocturnos del viejo Naranja, en eliminatorias extremas contra Madrid o Barcelona y en el charme de Lobo Diarte con pantalones de campana y Lubo Penev con camisas estampadas, directos al corazón de la noche, a la Sami o la Puzzle, tras haber despachado con una goleada al rival de turno.

La mayor frustración de la pesadilla Meriton es la desnaturalización del Valencia. De asistir resignados al debilitamiento del proyecto, a tres años sin Europa, a aceptar un nuevo estadio de mínimos por el error de medir el potencial como club desde la anomalía de los tres últimos años. A aplaudir gestos, mientras no se le compiten fichajes a Villarreal, Sevilla, Atlético, Betis o Real Sociedad. A asumir que se deba marchar Carlos Soler cuando en tiempos humildes fuimos capaces de convencer a Fernando de no abandonar nunca su número 10.

«No estáis hechos para la supervivencia», me dijo socarrón un primo ‘granota’, quizá temeroso de que también patrimonialicemos hasta el refugio literario de su resistencia. Y, sin embargo, puede que hasta tenga razón. Ante el aturdimiento de una masa social exhausta, se agradece que visiones externas te refresquen el club que fuiste. Fue lo primero que hizo Alemany («a mí no me gusta competir, a mí me gusta ganar») y es el primer mensaje de Rino Gattuso, que quiere que su Valencia juegue «alla grande», aun sin fichajes, porque recuerda a Lazio e Inter pasarlas canutas en Mestalla. Suena bien, de no ser porque el Valencia ahora mismo se parezca a George Best, triste y encerrado en un cine albanés de los 60 en goteras, soñando con los focos encendidos de las noches europeas.

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