Opinión

Arraigo y fútbol

En el salto entre campeonatos los contrastes hoy se difuminan y lobos y murciélagos llegan a parecer el mismo animal

Guedes marcó el gol que clasificó al Valencia para la final de la Copa del Rey

Guedes marcó el gol que clasificó al Valencia para la final de la Copa del Rey / JM López

Solo con una edición básica de sus goles en el Valencia, todos bonitos, Gonçalo Guedes habría firmado una despedida decente, lo suficientemente efectista como para hinchar un legado de apariencia brillante, sin rastro de sus prolongados periodos de ausencia. Ni la huella emocional del año del centenario y la Copa de Sevilla han inquietado al delantero portugués, ni al ejército de asesores de comunicación del emporio Gestifute, para recrear dos párrafos artificiosos, o sesenta segundos lacrimógenos, con los que dar a entender que supiste dónde estabas. En la velocidad líquida del fútbol moderno, no hay diferencia entre clubes y campeonatos, entre el Molineux y Mestalla, templos centenarios convertidos en escaparates de un negocio en el que el arraigo es una divisa menor. Ni hasta el rendimiento fiable en un largo plazo de tiempo supone una garantía para preservar los afectos. Ningún futbolista ha sido tan trascendente en la historia del Levante UD como Morales, pero su herencia queda manchada por no haber sabido cuidar las formas en el adiós.

El debate, sin embargo, no debería enfocarse exclusivamente en si los futbolistas deben reconocer cada singularidad local, en un deporte totalmente globalizado y en ciudades tomadas por las franquicias. El Wolverhampton de Guedes, con presencia masiva de jugadores portugueses teledirigidos por Mendes, se parece poco al Wolverhampton en el que hace 25 años desembarcó, superados los 30 y en segunda división, Fernando Gómez Colomer. Un fútbol en el que el maestro de San Marcelino acababa los partidos con marcas de patadas en la espalda o en el glúteo y en el que sus controles elegantes eran de tal rareza exótica que despertaban en los locutores ingleses frases antológicas: «No podemos imaginarnos qué bueno sería Gómez hace 10 años». En el salto entre campeonatos los contrastes hoy se difuminan y lobos y murciélagos llegan a parecer el mismo animal.

Se puede exigir, hasta cierto punto, a los futbolistas de abanderar un arraigo que sobre todo se sostiene por los elementos que componen el entorno. Por ejemplo, la bellísima despedida de Mertens del Nápoles, a la altura sentimental de su récord goleador superando a Maradona, se construye a partir de una resistencia cultural que empieza en cada acto nuestro y que acaba obligando a una multinacional americana de pizzas a cerrar su última tienda en Italia al sucumbir ante la hegemonía de los productores locales. En un Valencia que ya se alimenta de cesiones simples, en el que Peter Lim después de mil millones entre traspasos y ventas ya casi no ve a los jugadores ni como activos especulativos, reclamar que Guedes sepa de qué lugar se despide puede ser hasta excesivo. Ante un escenario así, rodeados de cartón piedra y de escudos cada vez más simples y estilizados, la reivindicación permanente de la memoria, la militancia y de cada átomo de particularidad en el orgullo local será el primer paso para que canteranos y estrellas de paso aprendan a despedirse o a no querer irse nunca.

Suscríbete para seguir leyendo