Superdeporte

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Vicent Chilet

En el adiós de Soler

La despedida nos hablará de una derrota casi tan dolorosa como la primera que vino de París

Una imagen de Soler con la Copa del Rey de 2008 Carlos Soler

La gran novela americana» es una aspiración, una definición incompleta, una etiqueta que los norteamericanos aplican para divulgar la cultura nacional en un momento determinado de la historia. Un canon alcanzado en «Moby Dick», «Las aventuras de Huckleberry Finn», «Adiós a las armas», «Las uvas de la ira», «Amado»… Trasladado ese concepto a otra clase de colectividad, con su arraigo y su carácter representativo como el fútbol, la historia de Carlos Soler tendría todos los ingredientes para llegar a explicarnos como aficionados, como club y casi hasta como ciudad.

Es un relato de valencianismo canónico. El del niño reclutado en un campo de tierra de Bonrepós tras cascarle tres goles al equipo de su vida y luego convertirse en el canterano con más tantos de la historia de Paterna («La joya de los 500 goles» titulamos en 2012). Carlos era uno de esos despiertos chavales mestallistas a la caza de un pase sobrante de Tribuna. Los abonados ancianos eran sus «víctimas», porque según él «sacaban de la cartera media docena de carnets de los nietos que nunca iban». Y antes de jugar 250 partidos con tu equipo, haber ejercido de recogepelotas, haber levantado la lona del logo de la Champions, haberte pintado la senyera en la mejilla camino del Calderón en 2008 y haber roto de una patada el asiento después del gol de M’Bia. El valencianista Carlos.

En Soler se explica el valencianismo de toda-la-vida. Es la cabeza levantada de Fernando. Son las manos de agricultor, pilotari y futbolista de Claramunt golpeando la mesa del almuerzo, con el resto sujetando las tazas de café mientras Pep sentencia: «Eixe xiquet té les meues condicions, és un líder!». Soler es la voluntad, mil veces expresada, de haber querido acabar su carrera en Mestalla. El jugador que antes de su primera final, en 2019, hablaba por cada uno de nosotros: «Para mí poder estar en el campo, con el equipo del que tú eres... voy a estar jugando la final y animando a la vez».

Para reclamarle a Soler (o a Ferran Torres) las bellísimas lealtades de Puchades o de los héroes del ascenso del 86 primero hay que tomar la perspectiva de qué club eras entonces, reconocible y próximo, hasta con patrocinios del tejido económico local, y comprobar en qué club te has convertido, con intereses teledirigidos en que los aficionados que antes aplaudían la recaudación, ahora son clientes secundarios en su club y en el propio centro histórico de su ciudad. Habría que recordar, también, que en los años 80 los cazafichajes de apellido italiano no eran un género periodístico porque cada cambio de club (hasta la ley Bosman y las teles), implicaba un proyecto vital a largo plazo e invertir en un apartamento en propiedad en el Mareny. Hoy, la propia inercia del negocio obliga a los clubes a participar del efecto dominó de un mercado cuyo «deadline day» es un show ultraespeculador.

Exijamos fidelidad, cuando hasta Cubells (como descubrió Miquel Nadal), llegó a embarcarse en 1926 en el Principessa Mafalda con el Espanyol de Ricardo Zamora en una gira americana tras pelearse con el Valencia FC. Insistamos en la fidelidad, cuando la marcha de Soler se parece más de lo que creemos al acto legítimo de no renovar un abono, esperando en vano un proyecto ambicioso que te recuerde al Valencia que conociste. Pasieguito vigiló durante un mes a Kempes en Rosario, completando un seguimiento de dos años, pero James Rodríguez puede venir desde un programa de televisión.

La gran novela del Valencia está en el relato de Soler y explica una pasión que no se extinguirá en él y su familia, y también nos hablará de una derrota casi tan dolorosa como la primera que vino de París. Un sentimiento que aguantará en Gayà, que renacerá en Jesús Vázquez, que persistirá en nuestra callada liturgia de asistir a Mestalla y en asumir que Gattuso y Cavani también son los tuyos. En esa misma obra que define a un jugador, una militancia y un tiempo habrá que reparar en todos los conectores emocionales y lazos afectivos que van fundiéndose, en cada día que Lim siga en el club. Todo un factor crucial para hacer justicia con Carlos Soler Barragán, ahora que algunos salen en este preciso instante en la misma foto de los silbidos finales que Kempes nunca olvidó.

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