Postales de Singapur

Hubo un tiempo en el que el Valencia CF era una colisión constante de temperamento

Reunión en Singapur

Reunión en Singapur / SD

Vicent Chilet

Vicent Chilet

La formación de barrera ante una falta en la foto de Singapur no evita que el proyecto de Peter Lim en el Valencia siga debilitándose. Es una muralla descolocada y llena de huecos. Es la imagen de un club herido de muerte por ser incapaz de escapar de un bucle mediocre: una plantilla desmantelada que queda lejos de Europa, de la fuente de prestigio y dinero de Europa, y que en un sector de velocidad supersónica empeora su estado ante la falta de reflejos para rearmarse en tiempo y forma. Entre el hiriente «a falta del ok de Lim» y la ausencia de fichajes de perfil experimentado, el fútbol te vuelve a apartar de Europa. Es decir, forzado sin ingresos y en récord de pérdidas a volver a vender a los mejores futbolistas sin haber disfrutado de su excelencia deportiva y económica.

Y llega un día en el que se cruza una frontera peligrosa, en el momento en el que el problema del Valencia no es solo de pasivo (las deudas irremontables), sino también de activos. Una plantilla plagada de promesas cedidas y con tu principal fuente de ingresos (los derechos de televisión) en retroceso por el castigo clasificatorio y por comenzar a descontar los intereses de CVC. Ante esa realidad, derechitos al iceberg, el discurso del club sigue siendo el de una foto impropia en cualquier otra institución de élite, desplazándose a 11.000 kilómetros para anunciar una obviedad tan grande como que un club de fútbol estudiará la posibilidad de firmar en enero.

El problema del Valencia no es solo financiero. En todo caso, los números son la consecuencia de un drama mayor, el de una entidad sin visión, ambición, modelo. Cultura de club. Una realidad que ha llegado a transformar a una masa social que ha pasado de una exigencia feroz a celebrar alegrías puntuales en media tabla porque en toda esta odisea hubo un momento en el que el anhelo de gloria, la-voluntad-de-querer-llegar, se convirtió en instinto de supervivencia. No se silban tropiezos ante Mallorca y Elche porque se teme que el precipicio sea mayor sin un tipo de fútbol como Gattuso a los mandos.

Por suerte hay más fotos, además del posado de Singapur. La imagen de Santiago Cañizares revolviéndose ante el destino del Valencia, dirigiéndose a un micro como si convocase una charla antes de golear al Leeds United, con el pecho descubierto como cuando buscaba bronca con Ibrahimovic en la última gran noche europea. En la presentación de su autobiografía Cañete agitó un poco de ese orgullo adormecido, de una grandeza forjada no solo por los valencianos, también por vascos, madrileños y argentinos.

La foto del Valencia de siempre, el de Subirats y Fernando, torero y catedrático, expertos en renacimientos desde el césped, con más de mil elegantes partidos entre ambos. Desde los despachos, Subi aplicó su clarividencia para mejorar un proyecto de títulos y finales reciclado entre millonarios traspasos de futbolistas que dieron sus mejores años de servicio en Mestalla. Y con el boquete del nuevo estadio al inicio de su hemorragia, con un tercio del importe del traspaso de Villa, Fernando era capaz de reclutar a Soldado, Aduriz, Jonas o Feghouli. Hoy en la Petxina, junto a LibertadVCF, los dos «dieces» sabios expondrán su visión de un club al que, algún día, volverán.

Hubo un tiempo en el que el Valencia era una colisión constante de temperamentos. Ortí abanderaba una representatividad externa combativa, Llorente cuadraba números y peleaba cada palmo de planificación deportiva con Subirats y con Benítez, y éste debía convivir en un vestuario desbordante de liderazgos, con algunos clanes casi sin hablarse, pero todos unidos una ambición pletórica, que cada domingo te recordaban 40.000 espectadores hasta las trancas de expectativas. La identificación es justo eso, una tormenta perfecta en la que era imposible venirse abajo. Todo lo contrario que la derrota anticipada proyectada en la postal de Singapur.

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