Peter Lim quiere vender el Valencia, pero no regalarlo

Que haya mucha gente que llame al club para sondear la compra viene sucediendo con frecuencia desde hace años

La última reunión en Singapur

La última reunión en Singapur / VCF

Toni Hernández

Toni Hernández

Que Peter Lim terminará vendiendo el Valencia es tan cierto como que mañana saldrá el sol. No sé cuándo será, ni tampoco por cuánto, pero, sin duda alguna, será. Que haya mucha gente −y mucha es mucha− que llame al club para sondear la opción de comprar al máximo accionista su paquete accionarial es algo que viene sucediendo con frecuencia desde hace más de dos años. Pero lo que se busca es un saldo bajo la suposición de que Lim se encuentra en una posición débil. Y sin embargo no es así. Su posición no es débil. De ninguna de las maneras. Supongo que a estas alturas de artículo ya habrá quien me haya puesto de vuelta y media, pero es que esto no va de eso. Esto no va de matar al mensajero sino de cómo son las cosas en realidad. 

Meriton lleva desde mayo poniendo en valor la mercantil, porque esa es la forma más rápida de que alguien pueda empezar a ofrecer lo que Lim entiende como una cantidad justa a cambio de sus acciones. Justa o necesaria, porque la inversión que ha hecho aquí, entre compras y demás, es la que es, aunque la gestión muchas veces haya parecido estar en manos de un enemigo interno. Se empiezan a conocer nombres de fondos que quieren o han querido comprar el Valencia, y, conforme a mi experiencia profesional en este sector, sé que cuando salen nombres es porque el interés no es el que se quiere hacer ver o porque el fondo en cuestión ya ha sido descartado de la carrera. 

Y en este último punto me gustaría detenerme con calma. Me cortaría un brazo por saber cuáles han sido las ofertas que han llegado al Valencia. Bien directamente al club, aquí, o bien vía Madrid, que es donde se ubica la otra hoja de ruta marcada como posible. Porque nadie habla con Peter Lim en persona. Y nadie es nadie. Aunque se pretenda. Y de hecho tampoco es fácil hacerlo con Layhoon Chan, a este respecto. O dicho de otra manera, el Valencia de Meriton ha impuesto en este asunto una serie de barreras que no son sencillas de franquear. Y esto se debe a que, en primer lugar, la voluntad a corto plazo no es vender; y menos aún por debajo de las expectativas, sean estas las que sean. Y en segundo lugar porque hay mucho intermediario por ahí que simplemente busca una información que sea de primera mano para luego poder moverla en el mercado. Todo más viejo que andar. Pero lícito. Y muy habitual. 

Yo entiendo que todos queramos a Lim fuera −sigo pensando que la vertiente social no tiene arreglo ni ganando la Champions League−, pero las cosas hay que analizarlas como son y no como queremos que sean. «Hemos invertido 255 millones de euros en el club en ocho años, mucho más que nunca antes en la historia del club. Gran parte de esa inversión ha ido a acreedores, administraciones públicas y deudas que venían de antes de que llegáramos». Esas cifras son así aunque, repito, la gestión haya sido un desastre demasiadas veces y no haya sido explicada nunca. Y claro, el que ha puesto ese dinero está en su derecho de intentar recuperarlo. Lim desea vender el Valencia, por supuesto que lo desea, y esto lo vamos a poder comprobar más pronto que tarde. Pero no lo va a regalar. Y no querer enterarse de eso es no querer ver la realidad. 

Por lo que sea a Lim el Valencia le importa más de lo que se pueda pensar. Por razones que sólo sabe él y que representan el gran misterio de todo esto. Pero eso no quita que por una buena oferta prefiera venderlo. Y en cuanto a nosotros… lo más frustrante para nosotros es saber que no somos más que meros espectadores de la partida. Que esto ya nos ha trascendido y con mucho.

Y que sólo al final, cuando ya todo esté resuelto, será cuando nos enteremos del pastel. Pero esta es la consecuencia de vender nuestra alma al diablo, señoras y señores. Este es el producto de vender nuestras acciones generando un único y todopoderoso dueño. Y esta es una verdad que incomoda aunque sea irremediablemente cierta. Que molesta no sé si porque ofende o porque, simplemente, es la verdad. 

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