Ánimo Luis Padrique

Marruecos no es una comparsa pero tampoco un rival mejor si España está al nivel que tiene que estar

Luis Enrique en la rueda de prensa previa al duelo de octavos de final contra Marruecos

Luis Enrique en la rueda de prensa previa al duelo de octavos de final contra Marruecos / JuanJo Martín

Rafa Marín

Rafa Marín

El Mundial empieza a ser Mundial a la hora de los cruces. Y para España hoy llega la primera hora de la verdad. Un partido a vida o muerte contra un rival que viene de ser primero de grupo con la mejor generación de su historia. Se equivoca quien piense en Marruecos como mera comparsa. La selección de Walid Regragui, primer técnico árabe en alcanzar unos octavos de final, es una de las grandes revelaciones. Un equipo con futbolistas como Ziyech o Hakimi rodeados de buenos teloneros. No son mejores que España si España es la que maniató a Costa Rica o la que rascó un puntazo contra Alemania. Pero ojo si España es la que estuvo tres minutos eliminada a manos de Japón, a la postre derrotada en los penaltis ante Croacia. Todas las miradas están puestas en Luis Enrique, el seleccionador más popular del mundo en estos momentos. Es por algo que una de las imágenes de Catar sea la del rebautizado Luis Padrique charlando de tú a tú con los aficionados. Con cerca de un millón de seguidores en su canal de streaming, la presión de la que ha liberado a sus jóvenes jugadores es la que él torea ante la cámara. Una faena que se le da mejor que la de las ruedas de prensa, enfilado como está por ese lobby madridista que no le baila el agua. El mismo que apenas dijo nada de la canallada a Gayà pero que sí que ha aprovechado el colapso del último día para apretarle las tuercas sin mayores reparos. 

¡Ojalá!

Aunque diga que las críticas le resbalan, Luis Enrique se ensañó ayer con todas las preguntas («topicazos»). Por mucho que haya ganado en popularidad y transparencia, nada de eso le servirá si este martes la Roja vuelve a las andadas. El mérito de haber desviado el debate sobre una selección imberbe y con muchas apuestas personales suyas es innegable. Pero el harakiri hace que al aficionado no le llegue hoy la camisa al cuello. Marcharse en octavos después de haberse erigido en una de las principales candidatas tras el 7-0 sería una lágrima. Estar en cuartos, lo mínimo que puede esperarse de una selección que recuerda, no por el juego sino por la competitividad, a la que tocó el cielo hace doce años en Sudáfrica.

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