Regalo navideño

Nostalgia e historia se juntan en la recuperación del cuadro del Calvito de Masiá, tal vez la primera mascota que se recuerde en la historia del club de Mestalla

Una imagen del balcón de las Leyendas del Valencia CF en la fachada principal de Mestalla

Una imagen del balcón de las Leyendas del Valencia CF en la fachada principal de Mestalla / Francisco Calabuig

Juan de Dios Crespo

Juan de Dios Crespo

No se trata del sorteo de la Copa del Rey ni de los que se hacen en casa o a los amigos, sino de la aparición, quizá en el más amplio de los sentidos, de un resquicio de la historia del Valencia CF. Y es que, hace apenas unos días, en un bajo de la Avenida Reino de Valencia, que pertenece a la familia, unas obras del nuevo inquilino, hicieron que se descubriera una reliquia del pasado del club.

Así, al darle unos cuantos golpes a una pared que debía desaparecer, salió una pintura, diría más un fresco, remanente de lo que fueron las oficinas del Valencia CF hasta el año 1972. Se trata de un futbolista, calvo salvo un pelo en la frente, con una Copa sostenida en su brazo izquierdo. Viste de manual valencianista, todo de blanco salvo los calcetines negros con borde blanco, que es la equipación más clásica de los “chés”.

El “calvito”, que es el apodo que tenía cuando se dibujó por el pintor Juan Masiá, allá por los años 1940, se hizo forma en esas oficinas históricas, en la propia pared, lo que algunos, exagerados ellos, han tildado de cueva prehistórica, un Altamira valencianista. Sabemos que, aquí, nos gusta lo desmedido, pero si no es algo que vaya a hacer peregrinar a centenares de miles de aficionados a los tiempos de las cavernas, sí que va a permitir que los valencianistas, y, por qué no, todos los amantes del fútbol tengan un motivo para pasear por la Avenida.

Hemos querido, mi mujer Pilar y yo, que se mantuviera y conservara el fresco, lo que el inquilino ha aceptado con inmediatez y, me apresto a decirlo, incluso con alegría, porque va a ser un monumento interno en sus nuevas oficinas, estas no dedicadas al fútbol sino a la salud, que, quizá, vaya a proporcionarle más clientela…

En todo caso, este recuerdo sin par va a volver a formar parte de la familia valencianista y se quedará, mientras esté en nuestras manos, ahí para que los mayores y las nuevas generaciones lo puedan admirar. Se va a instalar una cámara compuesta de metacrilato, con unas luces que le darán visibilidad en cualquier momento.

Es extraño, porque aún no está acabada la obra, que, de momento, al pasar delante del edificio, si uno estira algo el cuello, se puede apreciar la mitad del fresco y, me consta por haberlo visto, muchas personas se quedan, siquiera unos segundos, admirando la reliquia recién excavada de su historia. Estaba somnoliento el “Calvito” de Masiá pero, tal y como una bella durmiente, ha sido despertado, aquí no por un príncipe sino por la modernidad de darle un toque futurista al bajo donde se escondió durante décadas. 

Sí, porque han sido cincuenta años desde que el Valencia CF abandonó esos locales, que eran su centro (estando enfrente, en la misma Avenida, las taquillas…), aunque no sé si antes de aquella fecha de salida, ya se había tapado por algún motivo. Espero que algunos historiadores de club nos puedan decir si fue así.

Hemos hablado con el Valencia CF, y éste nos va a remitir a la Fundación, para que este descubrimiento no quede en un mero azar, sino que devenga parte de la historia del club, así como para recordar a Juan Masiá, que con su “Calvito”, dio quizá la primera mascota que se recuerde para el equipo.

Es extraño ver cómo se ha conservado el dibujo, con los colores del escudo perfectamente adecuados y me comentaban operarios y arquitectos que eran porque estaba “tapado” por una pared, que impedía que, cual pintura rupestre, se le fueran las tonalidades. Aquí solo han sido cincuenta años, pero tal y como estamos hoy en día, el “Calvito” no reconocería ni la ciudad ni la modernidad tecnológica que nos invade.

Esta recuperación es también la renovación de una nostalgia, cuando las camisetas están llenas de publicidad (necesaria, no digo que no) y que aquí ni tan siquiera se aprecia el logo de la marca que la fabricó. Seguro que alguien las hacía, pero no ponía ni su nombre ni nada que recordara a quien ponía, sin duda alguna, todo su cariño para crear lo que los jugadores iban a llevar cada domingo (sí, domingo, porque era, casi, el único día en el que se jugaba).

En fin, nostalgia e historia se juntas aquí, pero sin que el romanticismo deje de lado lo que debe ser el fútbol moderno, con su mercadotecnia, sus fan-tokens, NFTs, y otros “animales” que ya pueblan nuestro deporte. Y ya, para finalizar este artículo, que nada tiene de derecho, por una vez, y siendo días navideños y a la espera del año 2023 (increíble pero cierto, ya estamos ahí) deseo a todo el mundo que tengan felicidad y salud. Y, como no podía ser menos, recomiendo un libro, “Los incomprendidos”, de Pedro Simón. Disfruten y descansen.

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