La historia del «no fichaje» de Pelé por el Valencia conserva una belleza similar a la del famoso «no gol» del astro brasileño, en las semifinales de México 70 contra Uruguay. O Rei sorteó la salida del meta Mazurkiewicz amagando un regate invisible con el cuerpo, sorprendiendo hasta la propia realización televisiva. A puerta vacía, pero en un complicado escorzo, remató ligeramente cruzado. No hubo noche en la que Pelé, que marcó 1283 goles, no soñara que aquella pelota acabara en las redes del estadio Jalisco de Guadalajara. Y sin embargo, no hay una jugada más gráfica para definir el arte, la gracia y el alma del fútbol de Pelé.
Del mismo modo, el valor de la historia del «no fichaje» de Pelé no está tanto en imaginar, como a menudo reincidimos, en «cómo pudo haber cambiado la historia» del Valencia en caso de haber firmado en 1957 a aquella portentosa promesa de 17 años que aún esperaba ser conocida por su nombre, Edson, antes que por su mote. Pero los vientos de la historia son caprichosos y no siempre se pueden gobernar. Lo que el interés valencianista por Pelé realmente constata es una definición precisa de la ambición que siempre ha acompañado al club de Mestalla. Las cartas escritas por Eduardo Cubells desde Río de Janeiro en 1957, que Levante-EMV reveló en exclusiva mundial en 2019 tras más de medio siglo escondidas, son una fotografía nítida del eterno aspirante irreductible. El recuerdo de las tres ligas de los años 40, el paso adelante hacia la modernidad de Madrid y Barça con Di Stéfano y Kubala, obligan al Valencia a no perder la estela, por lo que Luis Casanova ordena «fichar al mejor brasileño y no reparar en gastos». Didí es demasiado caro, Pelé demasiado joven y llega Walter. Y en la letra borrosa de aquellas cartas de Cubells, que se pierde el bautizo de su nieta Curri para cerrar el ansiado fichaje, entre el relato de cables telegráficos, de cafés con familias valencianas que emigraron, de restaurantes, de cines al aire libre, de saludos de Ademir a Puchades y del bullicio de la vida en las calles de aquel Río de Janeiro, don Eduardo deja claras las expectativas irrenunciables del club: «Decidí hablar con Vasco y con Walter, dejando terminado el asunto a base de 6 millones de cruceiros para Vasco y 400.000 pesetas para el jugador. En caso de ser campeones de liga, 100.000». La referencia era clara, una década después del alirón de 1947. No se dejó de perseguir el objetivo hasta el título de 1971. Entre medias, esa ambición se recompensó con la gloriosa irrupción europea de los primeros 60, la Copa del 67 y algunas finales perdidas. La meta era innegociable, por lo que de haber llegado Pelé, de algún modo, no habría ‘cambiado’ tanto la historia.
El fútbol hoy es otro, pero el horizonte del Valencia debería guiarse desde esa exigencia, la que marca el escudo, la presencia catedralicia de Mestalla y la de nuestra propia memoria. La asumida realidad adormecida de media tabla no es representativa de esta institución. Porque hay detalles que sí deberían transportarse de aquella misión brasileña de Cubells. El primer exponente del Valencia fundacional de 1919 estaba con 57 años con labores de «scouting» para el club que vio nacer. A los pocos años, 1964, falleció culminando una vinculación de por vida con la entidad. En el Valencia de Lim, a las leyendas, gente de fútbol conocedora de la idiosincrasia del club, se les ofrecen labores de «embajador». Gente como Vicente Rodríguez (o los Subirats, Fernando, Mendieta y tantos más...) debería ser requerida para la primera línea que defendió hasta el final Cubells. No para hacerles partícipes de la trampa nostálgica, mientras el club sigue dependiendo del caprichoso «ok» de un máximo accionista que ha clorofomizado aquella vieja ambición que durante décadas nos identificó: la verdad de Cubells y Pelé.