Cavani vino para noches como esta

El uruguayo descubrirá esta noche, cuando se congele el tiempo y hable la historia, por qué decidió venir a Mestalla

Piña valencianista celebrando un gol de Cavani

Piña valencianista celebrando un gol de Cavani / Francisco Calabuig

Vicent Chilet

Vicent Chilet

De los futbolistas que han marcado una época en el fútbol me gusta fijarme no solo en su trayectoria sino también en un punto concreto, muy definitorio, como la elección del desenlace de sus carreras. Una decisión muy ilustrativa que no habla tanto de fútbol, después de haber conocido el éxito, ni tampoco de motivaciones económicas. La despedida, el paréntesis que cierra dos décadas, es un broche más identificable desde la curiosidad y la actitud vital. El último equipo de una carrera se parece mucho a la elección de un viaje. No hay lecciones morales, es igual de legítimo tanto el exclusivo resort paradisíaco como atravesar antiguas repúblicas comunistas en tren. Hay dos escuelas en este sentido. Están Pelé y George Best, que eligieron paladear la celebridad en la MLS, con camisas estampadas, citándose con Andy Warhol en Studio 54 o en las piscinas de productores cinematográficos californianos. En esa tradición se alinearían el golfista Gareth Bale o Cristiano Ronaldo en el latido turbocapitalista de Arabia Saudí.

Del otro lado, queda la singularidad de permitirse una última experiencia aventurera. Es Daniele De Rossi marcándose un año en Boca Juniors para comprobar in situ si es cierto que el piso de la Bombonera tiembla en la salida a la cancha de los xeneizes. Es Fernando Gómez viajando a la Premier pre-industrial, de barro y centrales desdentados, con el Wolverhampton. Es Pablo César Aimar federándose para jugar un partido oficial por una sola noche con el Club Atlético Estudiantes de Río Cuarto, de categoría regional, entre fuegos artificiales, solo por cumplir el sueño de su padre de verle jugar en el equipo de su pueblo junto a su hermano Andrés, con todos los vecinos de testigos, un orgullo equivalente, en unidades de felicidad albiceleste, a una cuarta estrella mundialista.

Y en este grupo de intrépidos está Edinson Cavani. Con una trayectoria promediando más de 20 goles por temporada, con 35 años el delantero uruguayo podría haber elegido cualquier destino. Podría haber imitado a Pelé en el Cosmos, podría haber descansado entre exhibiciones en uno de esos campeonatos emergentes de Oriente, podría haber regresado a Nápoles, donde no le han olvidado. O escuchar el rugido porteño de Boca como De Rossi. Pero atraído por la curiosidad, Cavani eligió un club histórico, de glorias pasadas y un presente desconchado. Después de un verano entero meditando el destino, Cavani no vino por las promesas de títulos o de un último contratazo, sino que le sedujo la idea de pisar el césped por el que antes desfiló Kempes. Y la intuición luminosa que, aunque aquí ya no haya gloria, queda una pasión heredada latente que quiere contribuir a despertar. De momento, con 7 goles en 11 partidos y liderando con humildad un bloque joven y con carencias. Un capitán natural que ya es un embajador sin cargo.

Cavani presentía un secreto cuando le llamó el Valencia, un club quizá hoy muy poco idóneo para disfrutar de una retirada. «Quizá no encajo del todo con el fútbol moderno, en cuanto a actitudes», confesaba esta temporada Cavani en una entrevista a corresponsales extranjeros. El tipo que sale a cazar jabalíes en el interior de Salto, que en el lujoso PSG prefería pasear por los jardines de la casa de Claude Monet a las tiendas de lujo, que en el United le relajaba la conducción entre la campiña verde de camino a la ciudad deportiva de Carrington, descubrirá esta noche cuando se congele el tiempo ante el Athletic Club y hable la historia, por qué decidió recalar en Mestalla. Y sabrá que estaba en lo cierto.

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