Con miedo y con impotencia, y del Valencia hasta que me muera
El Valencia me ha quitado más noches de sueño que nada en el mundo
El Valencia me ha quitado más noches de sueño que nada en el mundo. Me ha dado de los mejores y de los peores momentos de vida, y no entiendo la misma sin él. Le he puesto distancia emocional, me he intentado alejar, me he prometido mil veces que no seguiría el día a día, los partidos… Y nunca he sido capaz de cumplir. Porque es como de la familia. De mi familia. Convive conmigo desde que tengo uso de razón, e, igual que mi padre me lo transmitió, me parece que yo he hecho lo propio con mi hija, a la que tengo que dar cada vez más explicaciones sobre lo que pasa. Y me empieza a costar mucho.
Soy un valencianista −igual que los cientos de miles que hay en todo el mundo− que está cansado, enfadado y muerto de miedo. Y además yo ya soy de los veteranos. El color que se nos está poniendo no puede ser peor, por todo lo que nos rodea. No entiendo a Lim, no sé de qué demonios va. Y aunque lo quiero fuera de aquí ayer, tengo claro que ese proceso no será fácil ni, mucho menos, inmediato. Veo a valencianistas como yo mover cielo y tierra para cargar contra él, para protestar, para hacerlo arder todo, y sin duda tienen toda la razón del mundo aunque no vayan a conseguir su propósito final: «echarlo». Pero, más allá de todo ello, ahora mismo tengo miedo de bajar, de que el equipo caiga, de que nos vengamos abajo a plomo y no haya remedio para evitar el desastre.
Viví el descenso de 1986 y eso no se lo deseo a nadie. Fue una tortura no para críos como yo, que tenía sólo doce años, sino para gente como mi padre y todos los de su generación. No, esa vergüenza otra vez no, de ninguna manera, de ninguna forma, por encima de nuestros cadáveres. Hay que dejarse el último aliento de los que tengamos antes de que eso pase. Y quizá el primer punto consista en tener cordura, una virtud que Meriton parece querer erradicar del Valencia… y no debemos dejar que lo haga. Todo lo que decida hacer cada uno me va a parecer estupendo, porque el valencianismo se siente como a uno le da la gana, como le pide el cuerpo. Y nadie tiene más razón que otro. No es más del Valencia el que piensa de un modo o el que lo hace de forma diferente.
Pero ahora mismo no podemos equivocarnos: el problema es volver a ganar partidos, es el equipo, es el fútbol, es tirar del sentimiento más salvaje y puro que tengamos, de nuestro sentido de pertenencia, de nuestros recuerdos, de nuestras alegrías y penas y de los que nos hicieron de este equipo. Debemos luchar contra Lim, eso seguro, pero en Primera, estando vivos. Y no pretendo convencer a nadie de nada; hace mucho que no lo intento. 40 puntos, el resto me da igual, me da lo mismo. Ahora mismo soy incapaz de pensar en otra cosa.
Me duele el estómago sólo de pensar en cómo voy a vivir cada partido hasta el final. Hasta mi mujer me miraba el lunes con cara de preocupación, consciente de que eso va a ser así. Incluso reflexiono sobre si quizá debería volver a los medios de comunicación en el día a día, al pie del cañón, para aportar mi granito de arena para conseguir que no nos vayamos al carajo. Para que todos podamos dejar atrás esta pesadilla. Aunque en muchos casos no nos soportemos, somos todos del Valencia. Y esta es la mejor ocasión de demostrarlo.
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