El juego libre de Kempes y Lineker

Gary respiró el fútbol anterior a la Premier de socialismo de vieja escuela como Bill Shankly, Matt Busby o Brian Clough

Mario Alberto Kempes firma libros en una librería de la ciudad

Mario Alberto Kempes firma libros en una librería de la ciudad / JM López

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Todo aquel que haya pisado una grada reconoce en ella el territorio soberano de un juego colectivo de gente libre. La voz de una comunidad reunida en torno a unos colores, costumbres y ritos. Una voz en defensa de una meta mayor, que trasciende a cada uno de nosotros y a su vez nos iguala, sin distinciones de clases sociales, razas, jerarquías. Heredamos la memoria de un Mestalla humeante de pólvora, desafiando toda prohibición. Mi generación creció con un estadio poblado de pancartas contra cada ocupante del palco y con los mensajes de la peña Gol Gran, que nos recordaban que el fútbol era historia, cultura y ciudad. El fútbol era una frontera inabordable.

Gary Lineker respiró el fútbol anterior a la Premier de socialismo de vieja escuela como Bill Shankly, Matt Busby o Brian Clough. Unos más humildes, lenguaraces o millonarios, pero tipos que aplicaron el deber del individuo sobre la colectividad. El césped como extensión de la calle y la mina. Esa enseñanza irrenunciable es la que llevó a Lineker a criticar la nueva política migratoria del gobierno británico, cuyo lenguaje (’Stop the boats’, ‘Detened las botes’) comparó con el utilizado ‘por Alemania en los años 30’. Un tuit que le ha valido el gran escándalo de verse apartado temporalmente en la BBC. Pero también la solidaridad de compañeros como Ian Wright y Alan Shearer, delanteros que también celebraron goles ante localidades de pie. El fútbol que llegaron a ver Gary Neville y Jamie Carragher, una pareja que ante la cámara parece interactuar como dirigida por Billy Wilder, pero que no callan ante los excesos de los dueños de sus clubes ni ante derivas como el Brexit.

El rumbo de la industria del fútbol, en el nombre de una aparente modernidad, amenaza con recortar cada palmo de aquella vieja libertad. Y, así, el juego de hechizo ingobernable va tomando forma de formato cerrado, declaraciones post partido monocordes, planos de televisión que silencian la existencia de reproches o pancartas, si antes no han sido confiscadas en el acceso al campo. Una medida que ni los dirigentes más populistas de tiempos pasados se atrevían ni siquiera a pensar, asumiendo que su ejercicio del poder nunca estaría por encima de ciertos códigos sagrados. El sistema que proyecta a una audiencia líquida un producto neutro, de clubes deslocalizados y de entornos sin imperfecciones ni alma propia, es el que rechaza y escupe a las voces disidentes. La mejor pancarta sobre Lineker se leyó en los márgenes del nuevo imperio, en el campo del Dulwich Hamlet, equipo semiprofesional de Londres: ‘Love crisps, hate racism’. ‘Ama las papas, odia el racismo’ (Lineker fue durante décadas la imagen de la marca de snacks Walker’s).

Mario Alberto Kempes

Un ídolo mundial como Mario Alberto Kempes, el más grande de los murciélagos, lleva años cobrando el peaje de ser libre, desde que plantara cara a Meriton. El Matador ha pasado unos días entre nosotros desplegando valencianismo con su proverbial discreción. Firmando libros, autógrafos, uno entre miles paseando por la ciudad y rechazando, por coherencia con su memoria mestallista, la invitación de Meriton a acudir al palco frente a Osasuna. Sin focos, ni confeti, ni alfombras, Mario nos recuerda el deber del individuo sobre la colectividad. El privilegio de seguir siendo libre en unos tiempos que llevan camino de dejar de serlo.

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