Alguien normal

La Historia está repleta de teorías excelentes que fallan en la práctica. Añadamos al Var en esto cuanto antes

Revisión de Var en Inglaterra

Revisión de Var en Inglaterra / Reuters

Enrique Ballester

Enrique Ballester

El Var es lo peor que le ha pasado al fútbol, como mínimo, desde que nací. De ese barco no me voy a bajar, aunque la batalla la tengamos perdida por múltiples cuestiones. El Var, el fichaje del hermano de Engonga por el Castellón y un penalti que fallé en Betxí en cadetes: la trilogía de las catástrofes. A diferencia de lo mío, con el hermano de Engonga y con el Var había grandes expectativas, y quizá por eso el dolor sea más grande.

Porque quisimos creer. En algún momento, yo también pensé que el Var acabaría con la polémica en el fútbol, pero no. La polémica no se ha acabado sino al contrario. Cada semana se expande.

No quiero convencer de nada a nadie, pero ahora puedo recordar que el Var parte de un anhelo equivocado: buscar la justicia en el fútbol. En realidad, uno de los aspectos más potentes del fútbol, y que lo diferencia de muchos otros deportes, es que no siempre gana el mejor, no siempre es justo. Por eso y por su carácter tribal se convirtió en el deporte más popular del planeta, el menos predecible y el más apasionante. También se dice que el problema no es la herramienta, sino su aplicación, pero eso tiene difícil solución, porque siempre habrá seres humanos al mando. La Historia de la humanidad está repleta de teorías excelentes que devienen en prácticas malas o imposibles, ya sea el comunismo libertario, el regreso de Furor o el McAuto para barcos. Añadamos cuanto antes el Var a este bando.

Incluso en el caso de que la herramienta nos acerque a la justicia, por el camino arrambla con algo más importante. Por el camino, además de diferir la emoción, desnaturaliza el juego. El fútbol no es un deporte milimétrico, no es el béisbol: el fútbol es un deporte de brocha gorda, ritmo, contacto, pasión, continuidad y coraje. El fútbol no se puede juzgar a cámara lenta, es un absurdo invasivo que desvirtúa esencia y realidad entre parones extra y caprichos de los realizadores. Se entrega a los jueces el poder y el protagonismo que por derecho y por lógica reside en los jugadores.

Lo del Var es como lo de Casillas en TikTok: no era necesario. De hecho, si estoy viendo un partido, el Var es lo único que me genera ganas de quitar la tele. Antes podías asumir el error arbitral como parte de la vida y el deporte, y resignarte, pero ahora ves decisiones inexplicables que afectan a lo más hondo de la credibilidad, y no hay nada más grave. El penalti que le pitan al Leipzig contra el City, Var mediante, es sencillamente delirante. Se ha retorcido tanto un reglamento asequible que ya nadie entiende ni sabe.

Entre tanto despropósito, eso sí, aún sobrevive algún héroe. El miércoles, el Var llamó al árbitro del Bernabéu por otra de estas manos de nuevo cuño, antifutboleras y desesperantes. Fue tan pesado que al árbitro no le quedó más remedio que acercarse a la pantalla. Cuando decidió que no había penalti, me alegré profundamente. Todavía queda alguien normal en todo el planeta, pensé. Felix Zwayer se llama el árbitro. Héroe de su tiempo. Faro de occidente.

Dicen también que una de las jugadas que propició la implantación del videoarbitraje fue el gol que marcó Henry con la mano en un Francia-Irlanda. Si el propósito era que no se repitiera, podemos estar tranquilos, porque puedo asegurar que Henry ya no marcará más goles con la mano. Henry está retirado. Objetivo cumplido, pasemos al siguiente, pero devolvednos eso que aún llamamos fútbol antes de que sea tarde.

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