Viejos, lentos, implacables

Está la foto del gol eterno de Forment. Y está la foto de Salvo y Martínez jugando a contradecir la memoria

Homenaje al gol de Forment en la puerta de Mestalla

Homenaje al gol de Forment en la puerta de Mestalla

Vicent Chilet

Vicent Chilet

El fútbol es un juego viejo y lento que ha ido adaptándose a cada aceleración sucesiva de los tiempos modernos. El secreto de esa supervivencia fue simple. Siempre evolucionó desde el respeto al factor identitario y al arraigo que despertaba entre la gente. Los estadios se ampliaban, el deporte se universalizaba pero el fútbol era, sigue siendo, una expresión de cultura popular de la que cada aficionado se sentía protagonista y representado. La traca de Forment es el mejor ejemplo. No es un festejo de nostalgia arqueológica. Si desprende añoranza es cálida, vigente. Hasta la Avenida de Suecia no sólo acuden aquellos que vieron o escucharon EL GOL aquel 28 de marzo del 71. También se presentan los hijos y los nietos de aquellos testigos y aquellos que no habíamos nacido pero supimos del momento leyendo a los clásicos, de Hernández Perpiñá a Lahuerta. También adolescentes que consumen información en tik tok, tienen un equipo predilecto en la Kings League y que si siguen siendo del Valencia no es, desde luego, por los resultados del presente. Es por un legado que se puede comprimir en los 10 segundos de detonación y estruendo en honor al Forner d’Almenara.

En esa traca se encripta uno de los grandes episodios de adhesión popular al club. El regreso del campo de Sarrià tras la Liga del 71, con el autocar avanzando a 20 kilómetros por la antigua carretera nacional, atravesando cada pueblo en la que los héroes eran saludados con vítores, pólvora y lágrimas. Jugadores salidos del pueblo que volvieron a los bancales y obradores, una vez retirados. Sólo ese regreso inspiraría películas, libros y documentales. Pero nos basta con que sea una referencia de memoria para volver a orientarse en presentes dispersos.

Todo giro moderno que tome el fútbol ante los excesos de su industria, la megalomanía de sus dirigentes o un manoseo político que se remonta al mismo inicio del juego, tendrá visos de prosperidad si logra conectar desde el respeto a la gente. Ya sea un campeonato de streamers, como clubes que reivindiquen el «slow football» del accionariado popular. «Queremos dejar un legado, lo más importante es conectar con la comunidad», pronunciaba David Villa, en la presentación de su proyecto del Benidorm. La foto entre rascacielos con el Piojo López tiene esa apariencia estética, de confeti y celebridad de aquel New York Cosmos de Pelé, Beckenbauer y Chinaglia. Pero el Guaje, con la cabeza amueblada y bien rodeado, sabe que toda visión parte de la enseñanza de los campos de barro asturianos en los 80. El resultado se verá (esto es fútbol), pero me gusta como declaración de intenciones. De inversión con principios.

El fútbol es un juego viejo y lento que ha ido adaptándose a cada aceleración sucesiva de los tiempos modernos, y al que le sobra memoria. El respeto a la identidad y la memoria acaba siempre retornando, impartiendo justicia, con la sabiduría ingobernable de un océano. A veces coincidiendo en el tiempo de manera casi poética, con menos de 24 horas. Está la foto del gol eterno de Forment. La foto del Valencia que fue y que volverá. El aplauso a un tiempo puro de gente noble. Y está la foto de Amadeo Salvo y Aurelio Martínez. A las puertas de un juzgado, jugando a contradecir a la hemeroteca, a la memoria. Por no haber respetado con promesas hinchadas en la venta del club aquella vieja identidad. La del Valencia CF que volvía orgulloso de Sarrià atravesando pueblos a 20 kilómetros por hora. No cuela esta vez.

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