Un lunes muy lunes

Thierry se lamenta durante un partido en Mestalla

Thierry se lamenta durante un partido en Mestalla / Francisco Calabuig

Andrea Esteban

Andrea Esteban

Al Valencia le costó entrar en el partido tanto como a la gran mayoría de personas les cuesta iniciar una nueva semana. El Valencia apagó la alarma que les avisaba del inicio, la modificó, la retrasó y despertó veinte minutos más tarde. Cuando lo hizo, se dio cuenta de que ahora ya no solo competía contra el Rayo Vallecano, sino que desde ese momento le tocaba competir también contra la clasificación, contra el tiempo de partido que avanzaba sin freno, contra el marcador que reflejaba un 0-1 muy doloroso para el local, y contra un estadio impaciente que no esperaba un inicio tan perezoso de su equipo, en un partido tan trascendental. 

Llegó el Rayo Vallecano a Mestalla con las ideas muy claras. Los de vallecas son un equipo que se identifica con el buen trato de balón, siendo un equipo vivo, con ritmo, generador de ocasiones, y capaz de mostrar diferentes recursos y registros dentro de un mismo partido. Iraola adelantó en la rueda de prensa previa al partido el comportamiento que se esperaba de su rival. Definió al Valencia como un equipo corto y estrecho sin balón, que defendía con mucho orden, reduciendo al máximo los espacios e hiperbasculando de lado a lado para desenvolverse como un equipo muy compacto. El joven entrenador era conocedor de que ese comportamiento les iba a complicar mucho su juego interior, dotó a su equipo de los recursos necesarios para sorprender al Valencia desde el primer minuto de partido.

Los centrales del Rayo Vallecano merendaron diagonales y es lo único que intentaron hacer una y otra vez cuando tenían el balón. Si el balón lo tenía el central diestro, el extremo izquierdo se situaba amplio, pegado a la línea, esperando ese balón en largo que le diese la oportunidad de poder encarar a su lateral rival. Parece fácil y poco preparado, pero la verdad es que el Rayo posicionalmente fue superior una y otra vez al Valencia en el carril lateral. Esa diagonal iba precedida de un movimiento cogiendo altura del lateral del lado receptor del golpeo, que se situaba cerca del extremo, pendiente de ganar un posible segundo balón. De una manera muy inteligente el delantero se posicionaba entre centrales rivales con el objetivo de fijar a dos jugadores, e impedir que uno de ellos basculase y pudiese ayudar a su compañero de línea.

Y como si de un dominó se tratara, el siguiente movimiento en cascada era el del centrocampista de lado fuerte, que conocía el plan de partido, y ganaba constantemente la posición a su «par», acercándose a una posible zona de disputa para poder ganar ese balón dividido y tener la opción de lanzar rápidamente un ataque para su equipo, que se convertía en una acción peligrosa debido al número de jugadores, la zona del campo, y el espacio a atacar. Gracias a esa superioridad en el carril lateral, el equipo visitante consiguió ponerse por delante en el marcador antes del minuto diez. El Valencia no despertó hasta diez minutos más tarde, a partir de los cuales consiguió como mínimo igualar el partido, y no se quitó las legañas hasta el minuto cuarenta. A partir de ese momento fue muy superior, pudo empatar antes del descanso y por número de ocasiones debió de acabar ganando el partido.

Sin embargo, el fútbol no es tan sencillo. Los datos no tienen una relación directa con el resultado. Los datos no hacen a un equipo vencedor. Los datos no te hacen merecedor de tres puntos. El equipo de Mestalla no puede permitirse competir con dos caras. En el fútbol profesional los errores te condenan y te impiden sumar. Ya no deben de haber más lunes y el Valencia debe de competir hasta final de temporada como si de un viernes se tratase. Ahora le toca ponerse la alarma en Almería, apagarla y levantarse de la cama de un salto.

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