Intocables

A Meriton le quedan pocas referencias históricas por explotar para seguir tapando las miserias de su gestión

Las lonas de Piojo, cañizares, Kempes y Baraja

Las lonas de Piojo, cañizares, Kempes y Baraja / Francisco Calabuig

Vicent Chilet

Vicent Chilet

A cinco jornadas para el final del campeonato, con la permanencia en Primera en el alambre, es el momento en el que las estrategias del día después de todo lo que tenga que pasar empiezan a tomar cuerpo. A Meriton le quedan pocas referencias por explotar para seguir tapando las miserias de su devastación, apelando a momentos de la historia que no le pertenecen y que nunca ha representado ni ha puesto el mínimo interés en entender. A estas alturas, ya ha masticado y escupido con Prandelli, Marcelino, Bordalás o Gattuso, engañados todos, el recuerdo del carisma de Ranieri, la meticulosidad de Benítez o las palmadas en el pecho de Cúper.

El posible descenso coloca, inevitablemente, a los héroes del ascenso de 1987 ante el espejo. Se presenta la tentación de explotar la obra de Tuzón, de los canteranos que no escucharon ofertas y de las decenas de miles de hinchas que no dejaron de acudir a Mestalla. La oportunidad de recurrir a ese milagro hecho de silencio, gestión y humildad como la fórmula mágica que nos salvará, también esta vez. La temporada 86/87 debería ser intocable. Y no sólo para la maquinaria de propaganda oficialista. Causa tanto respeto el rescate de aquel momento que también desde la grada deberíamos ser cuidadosos en invocar su espíritu. Abocar a un puñado de canteranos a tapiar las fugas de un proyecto deliberadamente en desinversión no supondrá volver a renacer de las cenizas. Del mismo modo, será una flecha desviada creer que un paso por el campo del Andorra o el Mirandés será la purga regenerativa necesaria para reimpulsarse a la élite. O, si me apuran, el golpe de realidad que haga huir en el primer jet a los enviados de Meriton. En 2019 quedó claro que las decisiones de Lim no vienen determinadas por una concepción clásica del éxito o el fracaso deportivo.

El camino entre el renacimiento o la inanición crónica como club dependen única y exclusivamente de la despedida de Lim. En ese pulso está la diferencia entre languidecer como otros históricos con gran respaldo social (nombres mágicos Riazor, Romareda, Rosaleda, Sardinero) o sentar las bases responsables de la recuperación que hoy premia a modelos sostenibles que pudieron reaccionar tras haber tocado fondo (Osasuna, Betis, Sevilla, Real Sociedad, Atlético). Incluso algunos gigantes del deporte, el negocio y el entretenimiento, como la Bundesliga o la Premier, se reinventaron después de estallar con la quiebra televisiva de Kirch o la tragedia de Hillsborough. Por dura que sea la caída, al Valencia le sobra masa social, tradición y atractivo para volver a ser una alternativa al modo Nápoles. Pero falta un plan. Y que caiga en buenas manos.

Hasta ese momento, no hay que desviar la mirada del césped. Eludir el descenso determina en gran manera dicho plan. Alejarse del día de partido nunca ha ido bien. Ni cuando el club trituró el modelo del arquitecto Subirats por intervención política y de las autoproclamadas élites de la burbuja de aquel momento, ni cuando hoy mismo se cae en la ocurrencia de que el resultado de cada domingo distrae la misión del destino del club. Sin embargo, entre tanta incertidumbre, hay verdades que siempre serán intocables.

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