Último bastión

Ahora necesito leer un libro hecho con los testimonios de los visitantes que nos temieron o nos admiraron

Mestalla, iluminado al atardecer

Mestalla, iluminado al atardecer / SD

Vicent Chilet

Vicent Chilet

La llegada del centenario de Mestalla, a pesar de las circunstancias extremas que vive el club, está siendo saludada en las últimas semanas con la aparición de publicaciones, reportajes, entrevistas y podcast que elevan al estadio de la Avenida de Suecia en su justa dimensión, la de un templo del fútbol mundial. La crisis deportiva del club, la dictadura de un día a día que no nos deja respirar, ha evitado que la organización de homenajes populares sea mayor. Aunque uno quiere pensar que no hay mal que por bien no venga. La sentencia de muerte del campo a inicios de siglo, con aquella maqueta elefantiásica, en aquella ciudad dopada de euforia, obligó a una mirada profunda hacia Mestalla por parte de su facción más memoriosa. Así, ese contexto hizo posible iniciativas como ‘Últimes vesprades a Mestalla’ que mutiplicaron la mirada de culto hacia un recinto cargado de historia, futbolística y civil, que tuvo unos años antes en «Camp de Mestalla», de Paco Lloret, su pistoletazo de salida literario. Hoy, en un club debilitado desde Singapur, de este centenario recordaremos la media de 40.000 espectadores que dijeron que no, que jamás abandonarían el último bastión. Como homenaje, vivo, dinámico y reivindicativo, me sirve más que unos juegos florales con políticos queriendo captar plano.

Y hay otra historia, paralela y no contada, que me interesa respecto a Mestalla. Ya la deslizaba en la reseña de «Unico grande amore» de Toni Padilla. La visión externa de Mestalla, la de jugadores y aficionados rivales, la de corresponsales y enviados especiales. En ocasiones, ese relato ha llegado a dimensionar a Mestalla casi por encima de la descripción que nosotros mismos hemos hecho del estadio, muchas veces focalizada a nuestra relación, más íntima, con el estadio. Pienso que aporta una significativa porción biográfica al estadio, por ejemplo, la crítica feroz de la prensa catalana al comportamiento de la hinchada en los primeros duelos de los años 20. Una posición tan enconada que obligó a la federación italiana a pedir garantías para desplazar a la ‘Azzurra’ en el primer amistoso de selecciones que vio Mestalla, en 1925. El Mestalla temido, el Mestalla vertical que empujó al Swansea City, en 2013, a emitir una nota alertando a sus aficionados de los peligros de la pendiente de la grada. El Mestalla tantas veces editorializado con inquina desde medios nacionales, en temporadas en las que el Valencia despertaba como una alternativa poderosa al título. El Mestalla multicolor de los años 60 y 70, con una atmósfera cargada en la que el fútbol se mezclaba entre la humareda de la pólvora con la agitación de los primeros pasos hacia la transición. El orgullo de una ciudad derrotada rendía cuentas, con equipajes blanquísimos y senyeras en la grada.

El Mestalla del renacimiento de los 90, con noches europeas salvajes, que impresionaron a tipos como Jamie Carragher en aquel 2-2, con el Liverpool renaciendo de sus particulares cenizas. El mismo Mestalla que fue catalogado por The Telegraph como el segundo estadio más imponente del mundo, por detrás del Westafalen de Dortmund, y por delante de otros recintos con mucha más fama mediática. El Mestalla que recibe el elogio de ‘groundhoppers’ de medio mundo, porque ven entre sus viejas paredes el testimonio de un tiempo extinguido, de un deporte y de unas ciudades arrasadas por la modernidad homogénea.

Ya me he leído y sé de memoria todas nuestras pequeñas historias, nuestras primeras veces en el estadio. Ahora necesito leer un libro hecho con los testimonios de los visitantes que nos temieron, nos menospreciaron y nos admiraron.

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