El nuevo Marthin Luther King

Ancelotti y Vinícius

Ancelotti y Vinícius / SD

Gauden Villas

Gauden Villas

A España le faltaba un Martin Luther King y lo ha encontrado en la figura de Vini Junior. Nos faltan referentes y como llovido del cielo nos ha caído uno. Enemigos nos sobran, pero un chivo expiatorio siempre viene bien y si es valenciano, que casi nunca se queja de nada aunque lo sodomicen en seco, tanto mejor. Así que se daban todos los ingredientes para la campañita montada, de resultas de la cual ha quedado claro que en España somos unos racistas consumados y Valencia poco menos que una sucursal del Ku Klux Klan. De ahí, por cierto, lo del blanco de la camiseta de su equipo principal.

Se ha dado rienda suelta al victimismo, la autoflagelación y la internacional buenista. No falta ni siquiera el indocumentado que flagela nuestra ya maltrecha autoestima amenazando con el principio de extraterritorialidad, como si los brasileños tuvieran ya preparado y sobre el océano un comando de élite (¿con tirachinas?) dispuesto a secuestrar a los cuatro botarates que insultaron a su modélico (¡un ángel!) carrilero izquierdo. Brasil, por cierto, donde las minorías indígenas del Amazonas viven todas a cuerpo de rey, con un generoso subsidio vital, en parte sufragado por los multimillonarios de la Canarinha, en palacios de oro con aire acondicionado y vistas a esa masa boscosa tropical que crece en superficie año a año gracias a las estrictas políticas de protección del futuro medioambiental de nuestros hijos. Lógicas las lecciones que de allí nos llegan. Todos muy simpáticos con los negros, pero ahogados por el dióxido de carbono.

Ir al fútbol en España es, a menudo, desagradable. Aquí denuncié hace más de una década los insultos que recibió Casillas en una visita a Mestalla del Real Madrid pocos meses después de levantar la Copa del Mundo. Un comando de payasos no tuvo mejor manera de mostrar su infelicidad que poner a parir a nuestro Capitán ¿Se puede ser más impresentable? Y así, o parecido, sucede en cualquier partido de fútbol de nuestra geografía. Lo mismo en la Liga que en un partido de Regional. El que no se mete con la madre del árbitro lo hace con un delantero que lleva el pelo demasiado largo, un defensa con sobrepeso o una juez de línea que es mujer. Somos un país chabacano, repleto de maleducados con tan poco cerebro como para pensar que insultar a los demás es algo normal.

Que hayan cerrado esa grada de Mestalla es no solo un gran acierto, sino un mensaje muy necesario. Porque aunque los idiotas racistas fueran tres, el resto callan, otorgan y, en muchas ocasiones, sonríen socarrones porque están increpando a un futbolista del Real Madrid o de otro equipo. Aquí somos todos gentes de fútbol y sabemos lo que es una grada, así que menos mirarse el ombligo y más aceptar la realidad. Esa complicidad en el insulto, racista o no, es una lacra de nuestro deporte, inimaginable en cualquier país civilizado (un americano no entendería ni remotamente que se insulte a un árbitro o a un deportista, ¿qué sentido tiene eso?) y tiene que ser exterminada. Y cerrar gradas, o incluso estadios enteros, es la única manera de que estos salvajes entiendan que la educación es un derecho de todos.

Ni España ni Valencia son racistas. Somos, además, bastante más tolerantes que la inmensa mayoría de los países que nos rodean. Pero sigue habiendo suficiente descerebrado suelto como para que esté más que justificado que se tomen medidas. Pero hasta ahí. Las lecciones morales desde determinados lugares, empezando por el Real Madrid, sobran. Y estaremos atentos para ver cuántas gradas más se cierran en otros estadios por lo mismo. Valencianos pero no tontos.

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