En los planes de Corona no está la venta de Javi Guerra. Estupendo. Pero hay que recordar que en los de Layhoon tampoco estaba la de Alcácer. Y es que una cosa es autoproclamarse director deportivo y otra creérselo. Aunque no tiene ni cargo, aquí quien hace y deshace es Lim y por extensión su abogado Germán Cabrera. Son sus planes los que cuentan, por encima de la presidenta y ni qué decir de los empleados de esa presidenta y su sustituto Kim Koh. Así que alimentar la puja por Guerra, carne de selección y por desgracia también de traspaso, entra dentro de la lógica meritoniana. Pero esto es lo de siempre y tampoco hay que llevarse a engaño. En otro Valencia también se haría caja, claro está que a su debido tiempo. Igual que en un club a la altura, con un plan razonable de cantera, Solís no sería el único en sacar pecho por la irrupción de tantos chavales. Lástima que Guerra y compañía lo hayan hecho por generación espontánea y para cubrir el solar deportivo que el máximo accionista tiene tan abandonado como el del estadio. Y lástima también que el director corporativo, cada vez más osado en las cámaras de LaLiga, declare este tipo de cosas por desconocimiento más que maldad.
Exigencia
Lo que realmente sí es un orgullo es cómo Baraja se abstrae del entorno y trata de salvaguardar a toda costa al equipo. Lo hizo en las victorias y lo ha hecho también en las derrotas, en el caso de la última poniendo el dedo en la llaga de los errores propios. El técnico tiene un largo camino por delante hasta conseguir el objetivo. Y muchos altibajos que sortear. En especial con esos jugadores que han llegado al primer equipo de su mano y que por un lado tienen que seguir curtiéndose y por el otro no bajar el listón de exigencia por mucho que pese el factor Lim.
¡Fuera el VAR!
Da que pensar la normalidad con la que se encajan acusaciones como la que pesa sobre Florentino como alguien intocable o las chirigotas a las que recurre el Barça para justificar los pagos a Negreira. Visto lo visto en el Ciutat con el gol anulado, que quiten el videoarbitraje. Vergüenza.