Opinión
Pedalear, sencillamente eso
Hace unos días se anunció que este periódico deja, después de 32 años, de imprimirse en papel. La redacción de Superdeporte fue, junto a la de Levante-EMV, el lugar donde me hice periodista

Van der Poel cruza la línea de meta. / ASO
Pocas gestas deportivas tan maravillosas como la aventura de Mathieu Van der Poel y su escudero Jonas Rickaert el pasado domingo en el Tour, tan sencilla y tan bella como descabellada en su concepción: cabalgar solos durante 169 kilómetros de un paisaje chato, un relieve tan raso como las opciones de victoria; salir disparados desde el autobús y pedalear sin mirar atrás como única estrategia.
Lo hicieron y perecieron a 800 metros de la frontera, asediados por ese pelotón que en algún plano aéreo esbozaba las fauces de un monstruo antiguo. Era una aventura tan cercana a una película que parecía diseñada en torno a la derrota. Ganó otro la etapa, pero en cada palmo de esa carretera queda para siempre bordada la rueda de Mathieu, el nieto de Poulidor.
En el aplauso que despertó su esperado final hay una verdad tautológica, manoseada en manuales de coaching: que el único sentido de la aventura está en la propia aventura, en olvidar el destino como una posibilidad. Pero en ese arranque furioso hay también un profundo sentido del oficio: Van der Poel quería ganar, así que esa mañana simplemente se abrochó el maillot, montó en su bicicleta, buscó un cómplice y trató de pedalear tan rápido como le permitían sus piernas desde el primer segundo.
Hace unos días se anunció que este periódico deja, después de 32 años, de imprimirse en papel. La redacción de Superdeporte fue, junto a la de Levante-EMV, el lugar donde me hice periodista. No hace ni diez años, lo cual es casi un eón a escala actual. El papel aún marcaba las normas de juego. Con la página en blanco peloteabas a ratos con frases blandas, a ratos con la intención de dejar la pelotita envenenada junto a la red, imaginando fugazmente algún «aaaah» del lector, aunque la mayoría del tiempo era un intercambio de palos contra la hora de cierre. Hasta el día siguiente, cuando la página era solo un papel manchado de tus erratas, de tus marcadores de Preferente colocados al revés. Esto lo contó mucho mejor Enrique Ballester, que el oficio tenía que ver con eso: abandonar un edificio callado de madrugada con la angustia de haber colocado mal el marcador de la crónica.
Ya entonces se hablaba del papel en pasado, aunque siguiéramos rabiosamente en él. Llenarlo se convirtió un poco en ese tipo de aventura en la que era mejor no mirar atrás. Como lector conservo algunas portadas de Super memorables de estos últimos tiempos. Y siempre que he guardado alguna, aún no sé con qué fin, imaginaba a ese grupillo de periodistas y diseñadores tratando de adelantar el futuro la noche anterior. Manteniendo el pulso contra un furioso pelotón formado por todo lo que se dice que pasará y todo lo que pasa: las transformaciones en la audiencia, los anuncios de inminente cataclismo, las sinuosas lógicas empresariales y los despidos –que arrecian estos días de nuevo–; y vaya, la precariedad, que amenaza en cada kilómetro por echarse encima.
Pedaleando, como siempre, como si no quedara otra.
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