Un Barcelona-Atlético de Madrid siempre es un partido especial. No hay nada más que ver los precedentes y ver la cantidad de goles y de alternativas en el marcador que se han producido en los últimos años. Lo que pasa es que este año se presenta menos impredecible que nunca. El Barça sigue fiel a su estilo dominante y efectivo. El Atlético, por contra, está inmerso en una crisis institucional cíclica y con unas lagunas deportivas que no le permitieron ni siquiera marcarle un gol en Champions al débil Apoel Nicosia chipriota. A día de hoy, el Atlético está inmerso en una especie de guerra civil interna. Abel, García Pitarch, Cerezo y Gil Marín se enfrascaron en una batalla dialéctica de patio de colegio, que ha acabado con la afición en las trincheras. Pese a todo el Atleti, como se dice en la capital, es único.

Cada vez el sentimiento ´indio´ está recopilando más adeptos frente al imperialista vikingo. Quizás por ese sentimiento de rebeldía de los jóvenes hacia el poderoso. Pero ese sentimiento creciente lo ha hecho con el lema de «No importa el resultado, importa el sentimiento colchonero». Graso error, ese lema perdedor, que se ha utilizado incluso en las campañas publicitarias del club, es el que ha relajado el grado de exigencia necesario para los trabajadores, desde los directivos a los propios futbolistas. Yo conozco varios abonados rojiblancos y cuando suman una decepción deportiva, a la que por otra parte están acostumbrándose, siempre tienen respuestas similares. «La derrota es lo de menos, lo que importa es el corazón colchonero». «Yo me siento del Atleti. Si perdemos no pasa nada». «Prefiero perder siendo indio que ganar siendo vikingo», y tantas y tantas disculpas y faltas de exigencia. Y me temo que esta noche volverán, porque lo lógico es que la presión culé ahogue la falta de claridad constructiva rojiblanca y la velocidad de balón local vuelva locos a los descolocados defensas visitantes.