Cuanta razón tenía Kiko Nárvaez cuando dijo que la Liga BBVA se asimilaba cada vez más a la escocesa. Sólo tuvieron que pasar unas horas desde esa afirmación, el pasado jueves por la mañana, para que equipos de la segunda división europea, como son Wolfsburgo y Anderlecht, demostraran que el balompié nacional se ha quedado sin la publicitada clase media. Aquí y ahora hay unas cuantas estrellas y muchos estrellados; la otrora pequeña burguesía, encabezada por el Villarreal, simplemente intenta sobrevivir a la crisis sin perder definitivamente el rumbo económica y futbolísticamente.

Bien porque unos han estirado más el brazo que la manga, bien porque los otros cuentan con prebendas inalcanzables para el resto, lo cierto es que el actual sistema está hecho para unos pocos. Real Madrid, Barcelona y, en menor medida, Valencia y Sevilla, cuentan con plantillas que están a años luz del resto, como cada semana se demuestra sobre el campo y sobre la clasificación. Una triste realidad que Champions y Euroliga se han encargado de demostrar a las primeras de cambio. Detrás del boato de los fichajes de Cristiano, Kaká, Ibrahimovic y compañía apenas ha quedado espacio para las masas, con la escasa democracia que supone eso.