Habría que bucear mucho en el túnel de la historia para encontrar un equipo que haya generado la unánime aceptación de supremacía mundial de la que goza nuestra selección a fecha de hoy. Argentina, Brasil, Italia, Francia o Alemania han ganado sus Mundiales en las últimas décadas, pero ninguna de ellas lo ha hecho convenciendo de verdad. De Argentina se dijo que dependía de un solo jugador, de Italia que jugaba feo, de Francia que parecía la legión extranjera, de Alemania que tenía siempre la suerte de cara y de Brasil que tuvo que pasarse al músculo para volver a reeditar los éxitos de la época de Pelé. Sus reinados han sido, además, efímeros, más concatenación de circunstancias puntuales favorables en una competición concreta que resultado de una manifiesta superioridad sobre sus rivales. Nada que ver con la Roja que ha alumbrado el nuevo siglo.

Tiqui-taca para años

Al igual que sus rivales históricos, esta España puede, llegado el caso, no ganar la próxima Eurocopa o el Mundial de Brasil. Pero al contrario que todos sus oponentes, será difícil que lo haga jugando mal al fútbol, siendo peor que el rival. El estilo que encontró Luis Aragonés después de décadas de dar tumbos sin ton ni son ha puesto a buen recaudo los atavismos históricos de un país que se creía perdedor. Sostenido, además, por jugadores de corte exquisito, parece que, lejos de ver peligrar su existencia, tiene garantizada la continuidad por unos cuantos años. A la juventud de pilares fundamentales del equipo como Ramos, Piqué, Iniesta, Silva, Cesc o Torres, hay que unir la reciente y rutilante aparición de nuevas figuras como Pedro o Canales, que garantizan mantener a medio plazo el nivel en la zona de creación, la que diferencia a España de los demás, la que pone letra a la melodía del tiqui-taca.

La primera de muchas

Dado que está construida en torno a un concepto diferente al del resto de selecciones, la nuestra genera tanta envidia. Sólo hay que leer lo que se dice de la Roja en la prensa extranjera para darse cuenta de la suerte que tenemos. Por fortuna, las décadas de inanición de las que venimos nos sirven para disfrutar cada partido como si fuera el último. Porque, además, a nuestros chicos les da igual Liechtenstein que Argentina. Ellos salen a jugar al fútbol como juega España. Ahora, además, lo hacen portando una estrellita sobre el escudo. La primera de otras que, a buen seguro, están por llegar. Porque España ha llegado para quedarse. Que nadie tenga dudas al respecto.

Oro para Don Andrés

Saldada la deuda con la selección a nivel colectivo con el título mundial, ahora sólo falta que por fin se reconozca a uno de los nuestros como mejor futbolista del año. Y ahí ya pueden Mou o los señores del renacido Aleti decir lo que quieran. El balón de oro sólo va a tener un nombre. En el trofeo pondrá Don Andrés. Y va a ganar de paliza al navajero Sneijder —el amigo poligonero de De Jong— y al uruguayo Forlán. Faltaría más.