Sí, lo admito. Yo tuve dudas del Valencia. Fue una noche difícil, de esas en que uno no duerme a pesar de que se siente más cansado que una mula. Una noche con la cabecita loca y el corazón despierto sin saber cómo llegar a mi rincón secreto, una noche tan apática que miraba la Central Lechera y no me indignaba —¡cuidado con lo que he dicho!—. Como cuando trincas el mando a distancia de la tele, pones ´La que se avecina´ y al poco te das cuenta de que ni siquiera te hace gracia la penúltima desgracia del Cuqui. Por ejemplo esa en que la Policía le pilla vestido de abuela, conduciendo borracho y sin carné un coche que no es suyo camino del hospital porque acaba de matar a su suegro por un ataque al corazón del disgusto que le ha dado. Y tampoco te cambian la cara las aventuras del Rancio. Ni siquiera aquella en que desentierra un cadáver para hacerle una foto, saber quién es y así cobrarle a los familiares del difunto y desconocido moroso las cuotas atrasadas de la comunidad. Como el moroso del Rancio, me encontraba muerto de cintura para abajo... y para arriba. Y todo por un disgusto que me mataba, como el suegro del Cuqui.

Por culpa de Gameiro

Hubo una noche en que tuve dudas del Valencia y no tengo miedo a decirlo. Ahora con el tiempo me doy cuenta de que posiblemente fueron los últimos flecos del palo de Gameiro —ese jugador que a Piatti no le llega a la suela del zapato—, mazazo que creí superado pero que corroía silenciosamente mi innata querencia a ver las cosas en positivo desde mi nube azul, donde todo es como yo lo he inventado.

Por culpa del calor

Sí, una calurosa noche de junio mientras mi mujer dormía plácidamente ante mis narices al tiempo que yo daba vueltas y vueltas en la cama, miré al futuro lleno de dudas, encontré al Villarreal por delante y me vi peleando por un puesto en la maldita Europa League mientras los amarillos se pavoneaban de su proyecto ante mi calentura mental. Fue una noche oscura y larga en la que temeroso de despertar a mi mujer porque no siempre vale eso de «el no ya lo tienes» decidí seguir con mis pensamientos de poeta de bragueta y revolcón y acomodarme al otro lado para martirizarme por haber perdido la fe por primera vez en mi vida. Aquello era un drama que en mi exageración particular presentía de dimensiones incalculables. ¡Y no era para menos! El Valencia no me ponía, la Central Lechera no me indignaba y las locuras de ´La que se avecina´ no me arrancaban una sola carcajada. Me sentía como la protagonista del tango suicida de Extremoduro cuando le cantan «¿qué te corre por las venas que te noto que te falta nena... temperatura?».

Por culpa del Twitter

Y pensando y pensando apareció el rock and roll para sacarme de mis apuros mentales y recordé aquel día que pregunté al personal de Twitter —el mío es ´@Carlos_Bosch´— por el nuevo disco de Extremoduro y hubo uno que me dijo que la primera vez que lo escuchó se sintió decepcionado, pero que me prometía no volver a dudar más de Extremoduro porque el disco le encantaba… Hoy me doy cuenta sin saberlo que, como Piatti, el menda del Twitter me dio una lección; ´no volveré a dudar de Extremoduro´. Ni del Valencia, claro...

twitter.com/Carlos_bosch