Hay días en los que resulta maravilloso vivir los partidos en Mestalla. Por encima de todos, éstos. Encontrarte allí, in situ, mirando a todos lados, respirando el ambiente previo a las grandes citas, acercarte dos horas antes al estadio y ver que, a pesar de todo (ahorrémonos enumerarlo) la gente sigue transformándose para pasar de mero transeúnte a seguidor; de ciudadano de a pie a aficionado enfervorecido. Porque siguen siendo muchos, muchísimos los que tienen la necesidad de creer y por supuesto soñar con metas imposibles: derrotar al gigante, ahondar en la herida del monstruo de las cinco cabezas, desafiar a aquellos que lo ganan todo. Vivir, lo llaman. Y en esas andaba el valencianismo una noche de un miércoles cualquiera, expectante por ver los rostros de los suyos bajando del autobús, poniendo pie en tierra, enfilando el vestuario. «Sí se puede» gritaba; «jo crec» rezaba su bandera. La avenida de Suecia colapsada por miles de fieles que comenzaban a desgarrar sus gargantas. También llegaba (muy tarde, rozando lo grotesco) el enemigo. Una vez todos allí, ves como se va llenando (literal) el estadio y sientes ese murmullo que circula entre las butacas y que delatan las miradas de aficionados de todas las edades, emocionados pensando en que esa puede ser su noche. Si todo eso lo acompañas de un tifo mayúsculo considerarás que el precio de la entrada ya está justificado.

Lucha de pizarras

Lo referido al balón, tuvo más oscuros que claros. Fue un partido con más pasión que fútbol y con más músculo que talento. Un duelo de pizarras donde ambos entrenadores jugaron al despiste, contrarrestando las armas de su rival. Guardiola pensó en una eliminatoria por disputarse a 180 minutos y reservó potencial en Mestalla mirando de reojo a la vuelta en el Camp Nou. Sacrificó de una tacada a Xavi y Alves y su mensaje era claro: «que no nos pillen en un renuncio y anotar un gol». La ausencia del brasileño hizo que Emery permutara en el carril izquierdo las posiciones de Alba (que apuntaba al lateral) y Mathieu (que debía ser el interior) y por lo demás salió con su once de gala con la novedad de Piatti en lugar de Feghouli, seguramente queriendo aprovechar la velocidad y el estado anímico y goleador del argentino. Fue un planteamiento sin sobresaltos y quizá eso fuera lo más novedoso: no experimentar, la renuncia a un posible ´ataque de entrenador´, la elección de los mejores para jugarle al mejor de tú a tú en tu estadio. También los cambios. Quizá, tal vez, hubiera sido mejor para llevar a cabo la misión haber apostado por los pulmones, el empuje y los cuádriceps de Tino Costa en detrimento de Banega. El primero es menos vistoso pero roba en tres cuartos de cancha y su golpeo siempre juega a favor; el segundo es un genio con el balón en los pies cuya hábitat natural es la del clásico ´5´, por delante de tu línea defensiva o lo que es lo mismo: excesivamente retrasado. Si permites que lleguen a esa zona podrán pasar dos cosas: robar o no hacerlo. Si lo haces estarás muy alejado del marco contrario y si te superan estas perdido.

En fase de crecimiento

Pero este vestuario sigue estando en periodo de formación y para estos partidos sigue echando en falta algo tan antiguo en el fútbol como el oficio. A estos buenos jugadores no se les puede poner en duda las ganas por agradar y el margen de mejora que les augura un futuro (si ellos quieren) prometedor, pero la experiencia se gana con los años y el Valencia esta lleno de imberbes. Su misión era adelantar la línea de presión hasta la asfixia rival, complicar la salida de balón desde su nacimiento en las botas de Pinto y recuperar rápido para contragolpear y sorprender. Y uno tiene la sospecha que si verlos por la tele asusta, en persona te deben cegar. Desde Puyol hasta Messi pasando por Fábregas o Piqué; cuando uno los tiene enfrente sobre el césped se debe olvidar que llegan tocados, con el ánimo mermado y presionados mentalmente por el «¿y si fracasamos?». Porque cuando Messi encara no lo hace sólo; son una manada. Y él solo es un ejemplo de un inmenso ejército. El carácter se presupone y en este vestuario hay de sobra; no así el oficio. Para saber cuándo protestar, cuándo pegar, cuándo enfriar un partido y manejarlo a tu antojo. Para estar concentrados y no moverte en la duda. Para que te respeten y piten lo que te corresponde. Para liderar a 11 compañeros… para muchas cosas que no se enseñan ni se aprenden sino que se descubren con el paso del tiempo y las cicatrices que nos deja. Albelda bien lo sabe pero solo es un ejemplo. Con el pitido final ambos lamentaron la ocasión: unos por el árbitro (una más que demuestra la nulidad profesional del estamento arbitral en nuestro país); los otros porque pudieron golear y no sentenciaron. Queda la vuelta, 90 minutos con poco que perder y mucho por ganar. La cabeza y los nervios también juegan

Peligro rojiblanco

Pero antes vuelve la Liga, una competición en la que muchos dan por asegurada la tercera plaza y en la que no deberían lanzarse las campanas al vuelo. El Valencia no ganó en el mes de enero y el domingo visita a un rival que vuelve a ser directo, por lo que será una buena ocasión para dejar las cosas claras. Tres empates a domicilio (Villarreal, Pamplona, Santander) y una derrota como local (Real Sociedad) en las últimas cuatro jornadas obligan a viajar y a jugar de nuevo con los mejores. Que para descansar, ya habrá tiempo en mayo…