De llenar una tórrida tarde de agosto media tribuna de aficionados, que le dedicaban cánticos cuando todavía no había dado dos patadas al balón, a poner en pocos meses a casi todos de acuerdo en que lo mejor es que desaparezca. Algo tendrá Fernando Gago para haber transformado toda esa ilusión en desengaño en tan poco tiempo. Fue el día que a Braulio Vázquez le debieron encargar que pareciera este el fichaje de un futbolista duro y con carácter, lo que necesitaba el Valencia, a juzgar por las imágenes de un vídeo en el que levantaba dos metros a cuanto rival se le ponía por delante. Lo que ha demostrado no ser. Esa sangre solo la vimos el día del Atlético de Madrid, su mejor partido con esta camiseta, y gracias. Después de no haber triunfado en tres grandes de Europa lo rescata Vélez, cosas que tiene la vida, precisamente el equipo de Mauricio Pellegrino. Solo cabe desear que le vaya muy muy bonito. Entre otras cosas porque aquí le quedan todavía tres años firmados a buena plata, porque ya se sabe que aquello de hacer un esfuerzo por jugar en el Valencia siempre es relativo.

Aquí se juntan dos situaciones, el error de haberlo traído de la manera que se hizo con el acierto de aplicar mano dura y enseñarle la puerta de salida ante un caso insultante de falta de implicación e indisciplina. El último en llegar, venga de donde venga, no es el más indicado para elegir un entrenador que lo ponga. Es la parte positiva, como así haber comprobado que han sido sus propios compañeros, o la inmensa mayoría, los que le han hecho el vacío. Pero el problema, como tantos otros, se aplaza a la próxima pretemporada, veremos a quién le cae el marrón para entonces, si a Llorente, a Braulio, a Valverde o al mismísimo presidente de la Generalitat. Algo tendrá Gago para que la historia haya acabado así. Y algo mal habrá hecho el Valencia también.

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