En realidad, lo que se le exige al Valencia de hoy es poco más o menos lo que ayer ofreció frente al líder. Disputó el encuentro creyendo en sus posibilidades, juntas las líneas, echando el aliento al cogote del rival, poniendo pierna cuando pasaba el balón y saliendo a la carrera si se veía un hueco por donde llegar a la puerta contraria. Con todo eso, no siempre le alcanzará para vencer partidos como este, pero como mínimo competirá por la victoria y hará que la gente no se pregunte por qué seguir pagando un abono con lo caro que está todo.

Empate inmerecido

Es incluso probable que si alguien mereció la victoria anoche ese alguien no fuera el Barcelona. No ofrecieron los catalanes su mejor versión, ni mucho menos. Acaso atacados por el mismo virus que fundió al Madrid en Granada, dio la impresión de que los Xavi, Messi y compañía querían llevarse los tres puntos de Mestalla con el esfuerzo justo, ese que les sirve para imponerse a casi todo el mundo. Y así, ante un Valencia como el de ayer, no basta. Horrible el partido de Messi, al que se recuerdan pocas actuaciones tan egocéntricas e insustanciales, y bastante pobre la de casi todos sus compañeros de ataque, a los que faltó la precisión que da el salir a por todas desde el túnel de vestuarios. Lo que ellos no crearon, lo arregló, no obstante, Valdés, con una mano a Soldado finiquitado el partido que demostró que sigue faltando algo para salir de pobres. Algo como el imperdonable error de Pereira, que cometió un penalti tan innecesario como sintomático. Por cosas así el Valencia sigue -y seguirá, si no cambia la línea- muriendo siempre en la orilla. Cuando te empeñas en poblar el equipo de futbolistas simplemente aceptables, siempre acaba fallando alguno y derrumbando el castillo. El día que no es Valdez, es Piatti y, si no, Pereira, que, de postre, no es la primera vez que mete a su equipo en un lío.

Gusto amargo

Queda, hay que reconocerlo, un gusto amargo, porque ayer sí era de verdad el día y, más allá de la mera ucronía, nunca se vio al Barcelona con la fuerza necesaria para meter mano a una defensa anoche impecable. Si el planteamiento de Valverde fue acertado, la interpretación de sus futbolistas rozó la perfección. Pocas veces, o más bien nunca en el último lustro, se ha visto en Mestalla una presión sobre el rival con esa intensidad y esa pericia en la ejecución, de suerte que se mantuvo al Barcelona casi ochenta minutos jugando a contracorriente, lejos del área rival, obligando a Messi a estrellarse con el mundo. Como sería la cosa que incluso Banega pareció dispuesto a redimirse y corrió como alma que lleva el diablo para no desentonar. Bien cierto es que la noche se le hace bastante más corta que los partidos y que se encuentra mucho más cómodo trasladando cubatas que corriendo sobre la hierba, de suerte que a la hora de partido tenía la lengua a la altura del tobillo, pero incluso ahí estuvo fino su entrenador enseñándole el túnel. Gustó mucho Ruíz, al que se ve jugar liberado en una zona en la que un fallo no siempre condena a tu equipo a la calamidad. De seguir así, el Valencia habrá perdido un central dubitativo y hecho un mar de nervios y habrá ganado un medio centro duro, seguro y con cabeza. Habrá que preguntar, en tal caso, si no había ningún central en el mercado con el que llenar el hueco del catalán.

El nuevo Cafú

Y sin embargo, los momentos cumbre de la noche los ofreció Cissokho, que en un par de ocasiones se puso el disfraz de Cafú y, superando sus más que evidentes lagunas en la sincronización del movimiento de sus pies con el balón, destrozó la defensa rival en un derroche de virtuosismo, generando dos clamorosas ocasiones de gol. Sólo por observar esos chorros de sudor que le caen por la cara mientras lamenta no saber centrar como lo hacía Gordillo y caer extenuado porque no puede dar un paso más, vale la pena ver al chico jugar de vez en cuando. Hasta en eso le salió la apuesta a Valverde, que, por cierto, hizo caso del clamor popular, aquí expresado, y situó en la partida a Guaita y Juan Bernat. Lo obvio no suele necesitar explicación. Nos queda, así, por exigir que lo visto anoche no sea, como sucedió con el partido en el Bernabéu, flor de un día, que no volvamos a las andadas cuando delante no estén Iniesta y Cesc y esa implicación, esa presión asfixiante, esa contundencia y ese fútbol macho se convierta en un sello y no en el recurso de un equipo pequeño cuando juega contra el grande.