Dos nuevos puntos volaron de Mestalla en una sangría cuyo final no parece ni mucho menos cercano. Si hace diez días asaltó la banca un Almería casi desahuciado, esta vez el beneficiado fue un Valladolid no menos necesitado y que, para ahondar en males, llegaba a Valencia sin Óscar, Ebert y Manucho, sus tres futbolistas más determinantes. Lo que otrora habría sido una plácida tarde para vencer y convencer esta vez, para no huir del macabro guión que siguen pergeñando los máximos responsables del Valencia CF, se convirtió en un nuevo ejercicio de sinsentidos en el que durante muchas fases un visitante mermado y con una calidad técnica limitadísima fue capaz de superar sin contemplaciones al que hasta hace poco era grande de Europa.

Lógica vs chiripa

Apostó Djukic, o lo que queda de él, por repetir el once que ganó en Getafe. Era, desde luego, una opción que pretendía impartir, aunque fuera por una vez, justicia. Pero las afrentas a la lógica no suelen tener mucho recorrido. Y así, por mucho que así lo quisiera el entrenador del Valencia, no todos los días se va a encontrar delante a un Getafe dispuesto a convertir un partido en una pachanga de amiguetes, ni va a poder convencernos de que Piatti y Pabón son las mejores alternativas que tiene para el ataque del Valencia. La alegoría pictórica con la que se encontraron Parejo y compañía hace una semana se transfiguró, JIM mediante, en una lóbrega trinchera de la región del Marne en la que sus ocupantes dejaron claro desde un principio que para pasar de ahí se necesitaba algo más que esa actitud con la que el señor Djukic parece conformarse. Guste más o menos, el sello de Orriols asomó en cada lance en un Valladolid que hizo de sus muchas carencias virtud y aprovechó hasta extremos insospechados la escasa calidad que podía exhibir: léase Alcatraz y Javi Guerra. Comparar esa maximización de esfuerzos, ese apurar cada pedazo de carne hasta llegar al hueso, con el permanente desperdicio que se vive en el Valencia nos sitúa en la vecindad del improperio.

Trivote y... ¿luego?

Optó el Valencia, pues, por el famoso trivote, sin que se sepa todavía a esta hora si fruto del convencimiento de su entrenador o de los recaditos, al más puro estilo Ancelotti, que va recibiendo desde arriba. Y sí, Parejo y Banega tienen potencial suficiente para mover al equipo, pero están bastante lejos de poder obrar milagros. Y lo que se mueve a su alrededor es, por lo general, más fruto de la más elemental improvisación que del trabajo realizado durante la semana para aprovechar la ventaja comparativa que esos dos futbolistas ofrecen. Otra vez, y ya van unas cuantas, resulta casi imposible destacar a un jugador del Valencia por encima de los demás. Pabón volvió a marcar, pero su partido fue exasperante. Bernat y Barragán lo intentaron, pero nunca pasaron del mero estar. Parejo lo intentó, igual que Canales, pero les hemos visto días mucho mejores. Y por si eso no fuera suficiente, Costa se dejó robar la cartera como un colegial en el gol de Guerra y Mathieu no anduvo fino casi nunca y menos en lo que sería el 1-2. Un cóctel que dio como resultado un juego deslavazado, imposible de descifrar, que se vino abajo cuando, después de mucho remar contracorriente, el Valladolid volvió a ponerse por delante al principio de la segunda mitad y sólo resucitó, de manera efímera, cuando llegó el empate a dos. Si alguien quiere mejor demostración del estado de desesperación por el que transita este Valencia, no tiene más que visionar los últimos diez minutos del partido de ayer. Su rival, lejos de verse encerrado en el área y sometido a un asedio sin contemplaciones, dispuso de más y mejores situaciones para acabar embolsando el partido.

Tomar decisiones

Alguien, es de suponer, ha trazado una línea más allá de la cual este proyecto verá su fin. El herido se desangra de manera inapelable, los rivales se distancian en la tabla, y todos en el Valencia se temen lo peor, salvo su presidente, que prefiere mirar hacia otro lado. Dio su palabra de que Djukic terminaría la temporada y es, desde luego, digno de todo elogio el que se empeñe en mantenerla. Dispone, sin embargo, de una alternativa que en nada mancillaría su reputación y respetaría escrupulosamente su prurito de coherencia. El club está por encima de todos y parece ya impostergable tomar decisiones que no liquiden toda opción de entrar en Champions la temporada que viene. Si quien las debe tomar está hipotecado por sus palabras, acaso sea momento de que llegue quien no tenga deuda alguna que lamentar.