Pánico. Es lo que siento en estos momentos. Pánico de verdad. Y eso que es a toro pasado, es decir, que me he dado cuenta de la profundidad de la movida después de la movida en sí. Si llego a ser consciente antes, lo mismo me da un mal rollo que me encierro en casa hasta que mi mujer me saque a gorrazos harta de mí y de escuchar a Roberto Iniesta. Algunas veces he dicho que pensar es malo, que se vive «mejor en mi nube azul donde todo es como yo lo he inventado» en plan Homer Simpson, con un rotulador en el cerebro que le impide razonar más allá de los instintos básicos -ya saben; cerveza, rosquillas, fútbol y rock and roll-. Pues bien, hoy me reafirmo porque he pensado y no he conseguido más que preocuparme. Resulta que por una parte veo las fotografías del entrenamiento del Valencia ayer en Gales y analizo lo tremendamente felices que están los jugadores -si no lo han hecho vayan a la página dos o a la página web y háganlo- y veo también la portada del periódico con Salvo y Djukic dándose la mano y por otro lado pienso en lo poco que se jugaba el Valencia ante el Swansea y lo flojo que es el rival, y llego a una conclusión; todos, jugadores, técnico y presidente estaban muy, pero que muy asustados. Dicho de otra manera, el Valencia, como equipo de fútbol llegó a Gales hecho una piltrafa. De ahí el alivio y la consecuente felicidad por no palmar. Por ello espero que con la perspectiva que te da una victoria y la mala ostia que se te quita, nos demos cuenta de que ahora tenemos que remar todos. Ya nos pegan hasta en Madrid... ¡Qué placer!

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