Bendita Liga para que el mal trago se pase rápido. Desde que la Federación volvió a blindar a los grandes, la Copa del Rey está de más para clubes como el Levante, especialmente en estas primeras eliminatorias. Es una trituradora de plantillas, además de un terreno abonado a disgustos y tensiones innecesarias. Sobre todo si en lugar de para dosificar a los titulares para lo que sirve es para retratar a suplentes y descartes, muchos de los cuales demuestran en partidos como el del Albacete porqué lo son. Algunos pocos se reivindican, aunque lo cierto es que quienes se ganan el derecho a quejarse porque no juegan son los menos. Como para no reforzarse en enero.

La ventanilla del presidente

Al hilo del asunto, la semana de la Copa ha sido también la de Camarasa. Lo suyo fue una temeridad. No por agitarse, pero con 20 años sí por botarse al director deportivo y al entrenador cogiendo el atajo de golpear en la ventanilla del presidente. No hay que dramatizar. Camarasa es un diamante en bruto con una carrera bien dirigida hasta el momento y, aunque sólo fuese una prueba, el premio de la sub-21. Sin embargo, exámenes voluntarios para subir nota como el del miércoles no le convienen. Prueba de su proyección, tiene opciones como Rayo y Eibar, aunque está por ver cuántos minutos más tendría allí, puesto que aquí los acabaría jugando más pronto que tarde. Colleja y a volar, que errar es humano...Ahora se trata de que todos tengan claro a qué atenerse.

Con la puerta siempre abierta

Y para rematar, Quico. Presidente cinco temporadas más y punto final, según confiesa con visos de credibilidad. En el lustro que lleva, además de cambiar la deficiente gestión económica, social y de imagen del club, Quico ha sido una rara avis del fútbol. En un mundo donde los presidentes terminan metiendo las narices en lo deportivo, nunca se pide fichajes. Es de suponer que habrá tenido sus tentaciones, pero como los que trabajan a sus órdenes pueden ratificar, en el fondo no ha cambiado tanto. La puerta de su despacho sigue tan abierta como el primer día. Es un jefe cercano, a veces demasiado, que igual toma café con los chavales del filial que le coge el teléfono a Camarasa camino de Córdoba. Sin embargo, lo primero lo humaniza y lo segundo, si se le escapa de las manos, puede debilitarlo.