Hay partidos y partidos. Y después está el partido que el Valencia disputó contra el Sevilla. Fue un duelo importante para el Valencia CF pero con un final todavía más importante y con esas gotas de aroma extraño que acompaña a cualquier gesta importante. El Valencia jugó bien ante el Sevilla. Y sí, jugó bien todo el partido, o casi todo. Fue un equipo distinto. Por eso ese empate marcado por Gameiro en los instantes finales dejó al personal medio desarropado. Ese gol fue una canallada... pero una invitación al esfuerzo final. Y sí, llegó el gol de la victoria tras una falta medianamente ruín lanzada por Parejo, pero finalizada con el oportunismo propio de Negredo. Baloncito al pie y gol. Y sí, todo Mestalla se vino abajo. Fue una fiesta enorme. Ya nadie habla de evitar el descenso. Ese justo gol -justo por los méritos de ambos equipos- sirve para que el Valencia despierte de ese sueño tan extraño que se había apoderado de todos nosotros.

El sueño final

De pronto, casi tras el gol, y mientras la grada de Mestalla se fundía en un abrazo mirando de reojo todo lo que estaba ocurriendo sobre el cesped, Vicandi Garrido señaló el final del choque y la explosión afectó a todo aquello que tiene cierto olor a valecianismo. Era un gol salvador, un gol con el tiempo rebasado, un gol que impartía justicia, un gol que fue como una triple prima extra para los jugadores y personalmente fue un gol inolvidable para mí. A mí, así como el que no quiere la cosa, un ´nano´ de cinco años apagado por el empate sevillista me rodeó el cuello con sus brazos y no pudo ocultar la alegría por el tanto de Negredo. Era mi hijo Juan y así seguimos, abrazados y sonrientes, hasta que el árbitro señaló el final del partido. Y sí, los jugadores, técnicos y afición tendrán sus pequeños Juan particulares, pero todos explotaron de alegría con ese pitido final. Fue una victoria justa y muy sufrida. Impactante. Y estoy seguro que marca un antes y un después en la forma de entender el fútbol de este Valencia CF.

Media tarde

Todo sucedió prontito en plena tarde de domingo. Con la paella todavía pegando gritos en el estómago -se digiere regular, las cosas como son- una vez marcó Negredo y en ese pequeño espacio que separó el tanto del ´Tiburón´ del pitido final del encuentro, me puse fijamente a Manolo Montalt en la 97.7 Radio y viví el final de forma apoteósica. Montalt cantó el final con una rotundidad y una implicación -y largura, pues el tipo tiene una voz impresionante- que me llegó hasta el dedo gordo del pie derecho de máxima alegría. Ahí estaba todo. Montalt transmitiendo un final apoteósico, Juan -mi hijo- abrazado a mí de una forma que me hace pensar que el pobre -con cariño- va a ser valencianista de por vida, la gente enloquecida y agradecida y de nuevo ese abrazo que ayer SUPER y Levante-EMV supieron llevar con todo el acierto del mundo a sus portadas. Se fundieron todos en un abrazo. Los que jugaron y también los que no. Unos de blanco todavía, otros de naranja, los menos con la chupa azul, pero todos riendo y abrazándose, confirmando con ese abrazo jugoso e infinito que las cosas están cambiando en este Valencia CF.

Paso del Barça

Vale, sí, el próximo partido de este Valencia aupado de la ruina a la alegría de la salvación -vale, sí, no matemática- visita en su próximo encuentro a un lider de la Liga que anda en los últimos tiempos medio atontado, perdiendo partidos de forma inexplicable. ¿Y? Pues que en mi cabeza a ese partido le otorgo un uno en la quiniela favorable a los azulgrana, pero ojito con este Valencia que ha recobrado la autoestima en tiempo récord. Vale, sí, que gane el Barça es lo normal, pero fíjense en lo barroquito que es el fútbol que yo ahora veo capaz al Valencia CF de puntuar en tierras catalanas y de paso poner la Liga al rojo vivo a falta de escasas jornadas. Bueno, bien, estoy hablando del próximo partido, algo lejano en el tiempo. Y vuelvo al presente, y con ello vuelvo a recordar la victoria ante la escuadra de Émery. Y sí, todavía me quedo flipado recordando los abrazos. El de mi hijo Juan, el de todos ustedes, el de los jugadores en el terreno de juego... Tres puntos para un abrazote inolvidable. Un abrazote que llevábamos soñando toda la temporada. Inmenso... y feliz.

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