El Levante está al filo de la navaja pero todavía tiene arreglo y a eso es a lo que hay agarrarse de cara al viernes para un partido en el que «nos jugamos la vida», tal y como me decía ayer por wasap Raúl, un granota de pura cepa que el sábado se cagaba en todo y que ayer sintió un puñal en el corazón al constatar con prueba videográfica lo que hacían tres jugadores mientras él lloraba. Sin embargo, no es por Simao, ni por Deyverson ni por Feddal ni por ningún futbolista en particular, sino por Raúl y los miles de levantinistas que sienten y padecen como él por los que hay que mantenerse al pie del cañón, sin que nada ni nadie los arrastre a una espiral de autodestrucción de la que hay que escapar como de la peste mientras queden opciones reales de salvarse y el equipo demuestre sobre el campo que continúa vivo pese a la impotencia de perder como en Sevilla. Los ´raúles´ saben perfectamente que un club como el suyo se puede ir a Segunda pero que bajar no es ninguna deshonra. Sí que lo sería, sin embargo, dejar de pelear y racanear su aliento.

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