No apareció por el Ciutat, pero si le hubiese dado por hacerlo el belén habría sido curioso. A Sarver, esto es así, se le asocia más al Levante que al Mallorca, su club, y en el que tampoco es que haya hecho nada que ponga los dientes largos. De lo bueno que prometía por aquí se ha visto poco por allí y encima si la temporada pasada no acabó en Segunda B fue de milagro. Vale, sí, consuelo de tontos para un Levante que viene de un divorcio social y un descenso deportivo. Año y medio después, lo ocurrido con una venta que parecía que sí y después fue de golpe y porrazo que no sigue siendo un misterio por muchas y fundamentadas que sean las razones de las dos partes de la contienda. Dicen los partidarios del go home que la reunión del Westin fue ruinosa. En ella Sarver se disparó en el pie al no saber explicar cuál era su motivación para comprar más allá de darles el caprichito a sus hijos futboleros.

Otra vez todos descontentos

Sarver habría asomado por el Ciutat coinciendo, valga la redundancia, con la refundación de la Fundación, otro misterio en ciernes. La cosa va mal, porque todos vuelven a estar descontentos, tanto los que son de la cuerda del club como los que no, las dos facciones que siguen a tortas desde que el día de la famosa votación el Patronato saltó en pedazos. Lo que ocurre tal vez, es sólo una hipótesis, es que se discute del contenido cuando el problema es del continente. La Fundación es una pantalla que ha dado estabilidad pero que hoy en día no tiene razón de ser. Eso sí, a ver quién es el guapo que viene y la desmonta.

La que manda es la afición

Lo dicho, que Sarver hoy no aparece, pero que si lo hubiese hecho tampoco hubiese pasado tanto porque el Levante va líder y lo que se respira en el Ciutat no tiene nada que ver con cuando el equipo se la pegaba una jornada sí y otra también. No son la Fundación ni el Sarver de turno los que tienen la última palabra a la hora de cambiar presidentes o Consejos. Es la afición con sus pañuelos y silbidos. Guste o no, en el fútbol siempre pasa así.

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