Triunfo merecido del Valencia, aunque suene raro a estas alturas. El equipo hizo un partido sobrio, sin derroches de calidad pero sin pasar apuro alguno. Fue mejor que un Español triste y adusto, en la línea de lo que viene ofreciendo esta temporada. Los de Quique hacen un fútbol espantoso, pero hasta ahora no les ha ido mal y no son un rival fácil de doblegar. Doble mérito, pues, teniendo en cuenta de dónde había que partir.

Cero frivolidades

Voro se dejó las frivolidades en casa esta vez. Y a Suárez y Cancelo en el banquillo después de sus recientes y calamitosas actuaciones. El fútbol no son dos más dos, pero casi. El Valencia salió, por una vez, enchufado. Se veía nervio, velocidad y empuje. El balón circulaba, básicamente porque Soler y Nani tienen esa marcha más que necesita quien pretende ser diferente. En una combinación fulgurante llegó el gol de Montoya. Ni los más viejos del lugar. El antiguo lateral del Barcelona se está haciendo un hueco. Es de los pocos que parece incólume al desastre en que se ha convertido su club y combina seriedad en defensa con escogidas incursiones que en los dos últimos partidos han acabado en gol. Tras el tanto, lo lógico habría sido que llegara el pinchazo de siempre. Pero esta vez no fue así. Seguramente porque esta vez el centro del campo local funcionó. Para que lo entienda quien no lo pudo ver, digamos que fue como si en lugar de a Suárez a alguien se le hubiera ocurrido poner a tocarla a Soler. La noche y el día, la acelga y la langosta, el carbón y el diamante. Perder o ganar. Dos más dos no son cinco, queridos Ayestarán, Prandelli y Voro -hasta ayer-. De tal suerte que los visitantes no existieron en todo el primer tiempo.

La diferencia: Soler

Tenía que desperezarse el Español en la reanudación. Primero porque no podían ser tan rematadamente incapaces como se habían mostrado y también porque el Valencia no está para demasiadas alegrías. Pero los catalanes lo hicieron todo con esa calma que lleva su entrenador en el ADN. Les sobra pizarra digital, estadística y ojeadores y les falta fútbol a estos chicos. El valencianista miraba al vecino y decía con los ojos que tanta placidez no podía ser verdad. Bien es cierto que de vez en cuando, cada vez que el balón tenía la ocurrencia de ponerse al alcance de Santos, las pulsaciones se aceleraban. Pero parece que alguien con criterio le ha dicho al brasileño que su único mañana es mandar la pelota -escorpión venenoso en su entendimiento- a la grada tantas veces como sea posible (se dice que tiene mil euros de prima por balón que manda fuera y el chico es de gustos caros). Una magistral falta de Parejo puso más tierra de por medio cuando más se necesitaba. El equipo se descosía por momentos. Soler, el mejor de la tarde, achicaba espacios pero ya no tenía la frescura del inicio. Con todo, ver a este chaval correr -no confundir aquí el verbo correr con el arrancarse a trote cochinero de varios de sus compañeros de vestuario-, desmarcarse, pedirla, ENTREGARLA A OTRO FUTBOLISTA DEL VALENCIA, llegar a línea de tres cuartos y buscar algo, jugar al fútbol en definitiva es como para ponerse a llorar y no parar mirando hacia atrás.

El mediocentro

Aún acortó distancias el Español. Quique, que ama su barraca por encima de todas las cosas, se decidió dar un poco de aire a su equipo y encontró un gol que casi ni buscó. Alves no estuvo fino, por cierto. Lo mismo que Mina o Munir. Que no todo funcionó. El gallego no tiene velocidad, fuerza, clase ni remate para lucir en punta en el Valencia. No le demos más vueltas. Munir tuvo uno de esos días. Recuperar a Cancelo se antoja necesario. Lo mismo que confirmar si el tal Zaza aporta algún elemento diferencial. Y fichar a un mediocentro, claro. Ayer el equipo sobrevivió a cinco minutos con Suárez en el campo. Mas no juguemos con fuego, que no está el monte para bromas.

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