Esta temporada el CLUB no ha estado a la altura de sus gentes ni de la historia que encierran las vitrinas de Mestalla. Y uno escribe ´club´ con mayúsculas porque responsabilizar únicamente a un grupo de jugadores -muchos de ellos todavía en evidente proceso de maduración- del desastre global que ha reinado y avanzado desde Singapur hasta los campos de fútbol no me parece realmente justo. Ni tampoco serio. La cadena de despropósitos arrancó aquellas noches de verano en las que un portugués, creyéndose mejor de lo que es y amparado por Lim, se dedicó a fichar para disminuir el potencial de un equipo que había entrenado, sí, con buena nota. Y los eslabones del desatino se aferraron a la perfección cuando el propietario decidió teletransportar a un exjugador inglés, que hace sus pinitos como segundo seleccionador, del plató de SkySports al banquillo de Mestalla. En enero, cuando el equipo se desangraba y necesitaba reforzarse con mediocentros, centrales y extremos, el grifo del dinero se oxidó y para todas esas necesidades sólo pudo venir Cheryshev. El fichaje de Siqueira casi nadie lo entendió y casi nadie sigue sin entenderlo con más partidos del brasileño como el de ayer que como el del Camp Nou.

Ya sé que el rollo de arriba se lo tienen aprendido. Además, está de moda eso de la filosofía del presente y el hoy, pero quien no desea tropezar... -iba a decir dos veces, pero este año en el Valencia han sido muchas más- nuevamente con la misma piedra tiene que empollarse su pasado y sus errores. Y este plumilla ha querido refrescarlo para situar cada cosa en su contexto. Los jugadores tienen una parte considerable de culpa, pero ni mucho menos la tienen toda. Ni la plantilla era tan buena como algunos se tragaron ni el hecho de perder siete meses desquiciados a las órdenes de Nuno y Neville les ha ayudado en nada. Es, definitivamente, con Gary cuando algunos de sus integrantes se descarrían y por entonces cualquier objetivo digno del Valencia CF estaba ya en el limbo. Pako Ayestaran, a la espera de que Suso disponga de libertad de movimientos este verano, ha sido un oasis en el desierto. Entre sus méritos, sobre todo, la recuperación psicológica del equipo en un momento en el que el pánico invadía a todos, no solo a los futbolistas. Ahora bien, Suso o Lim -si al final le da un clásico ataque de dueño-, el que escoja el técnico del futuro, no debería olvidar el acelerón dado por unos jugadores que se habían quedado solos en el centro de la diana con el inversor a miles de kilómetros de aquí. Se requiere análisis global y equilibrado.

Por enésima y última vez -eso es lo bueno- el Valencia 15/16 volvió a fallarle a su afición. Y de lo que pasó en el Coliseum los futbolistas sí deben sentirse como los máximos responsables. Cuando por fin el valencianista empezaba a creerse que la pesadilla podía haber acabado con una pequeña alegría, ellos, con 500 seguidores apoyándoles, se encargaron de que la esperanza de jugar en Europa no haya durado más que 48 horas. Triste final para una campaña lamentable.

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