El bendito Doblete de 2004 descansa, dulcemente, en el imaginario de los valencianistas que tuvieron la fortuna de vivirlo. Para quienes aman al Valencia tanto como a un hijo aquellos podrían ser, perfectamente, los días más felices de sus vidas; tiempos que enseñaron que «sí se puede» al aficionado y al entorno. Este último, hoy en día, demonizado por el club y sus socios de propaganda. Está claro que para arrebatarle un título al Barça o al Madrid, aparte de rozar la perfección y pasar como un rodillo por encima de los árbitros, los planetas deben alinearse de tu parte. El Valencia de Benítez y, años después, el Atlético de Simeone lo lograron. Pero, sobre todo, los dos demostraron que «sí se puede» competir con ricos y pudientes mediante una fórmula no tan compleja. Primero, futbolistas enormes. Baraja, Koke, Vicente, Griezmann, Ayala, Godín, Albelda, Gabi, Cañizares, Courtois€ Caben lámparas y sofás, sí, pero como complemento. Después, un técnico capaz de transformar la materia prima en un equipo competitivo, un bloque donde todo esfuerzo es por y para el colectivo, el escudo o la camiseta, como ustedes quieran llamarlo. Y si hasta aquí la ecuación funciona, el tercer elemento llega solo: una afición entregada como si no hubiera un mañana.

El Doblete „incluso, antes Ranieri y Cúper„ abrió un camino de exigencia acorde a la realidad de lo conquistado, al peso de la historia y a una masa social propia de un grande de Europa. Por entonces el Valencia CF fue elegido como el mejor club del mundo. Un reto, sin embargo, demasiado importante para los dirigentes futuros. Salvo alguna excepción, algo difuminada, el club, sus ejecutivos en el césped y los despachos, perdieron a lo largo de una década la ocasión de asentarse, de verdad, en la élite. Actualmente, el equipo ha sido superado por el Atlético en el cuadro histórico y ha caído al quinto lugar en concepto de ingresos televisivos, con Sevilla y Villarreal, clasificados para la Champions y pisándole los talones. El listón de la exigencia, es decir, la esencia misma del Valencia CF, ha estado por encima de quienes han manejado los mandos de la institución.

La crisis de esta última temporada, justo cuando hace un año las constantes vitales parecían repuntar, ha sido especialmente demoledora. Aún así, con una afición fiel detrás y un profesional en la dirección deportiva siempre se está a tiempo de corregir la tendencia depresiva. Con el listón en la duodécima plaza y dos competiciones en el horizonte solo cabe pensar en positivo. En fiestas de peñas como la de Paiporta uno comprueba que el valencianista de pro estará sin condiciones. De todos modos, para avanzar es muy útil redimirse de los pecados y, para eso, no hay nada como reconocerlos, humanizarse y pedir perdón. Cosa que en el Valencia apenas pasa. Prefieren hacerle la pelota al jefe. Los culpables, como en tiempos de Llorente, son externos o impersonales: un público demasiado exigente, ese carácter valenciano y ´quemafallas´, periodistas agoreros, vendehumos y demás especies. Como si hubiera que reírse con el peor año desde el 86, como si la humareda no la hubiese creado Lim con promesas de Champions y 150 ´kilos´ en fichajes, como si la asistencia al estadio no hubiese bajado, o como si el Valencia jamás hubiera ganado nada€ Inversor de Oriente, pero trucos viejos y de casa.

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