Era un quinceañero víctima del acné al que la «derrota útil» que pronunció Jorge Valdano le sentó como una patada en el culo. El Valencia se había dejado remontar bochornosamente por Las Palmas, un rival de Segunda, y en casa. Estupidez supina, por el escenario y las circunstancias, la enlatada frase del argentino escondía una verdad como un piano. Sí. Las heridas importantes nos marcan, nos curten y nos unen con más fuerza. Nos enseñan a ganar.

Entre agua y llanto

Caer en octavos de Copa no fue nada. Nada en comparación a lo sufrido dos años antes en la final de 1995. Como mueca del destino, si nuestros padres son incapaces de olvidar Mestalla en la riada del 57, también mis recuerdos cobran intensidad entre agua y llanto. La imagen de Alfredo Santaelena ­­-aún hoy, de vez en cuando, se me aparece cual fantasma- dando el título al Depor con la cabeza bañó de lágrimas todos mis granos de juventud. Perdí, perdimos, aunque no morimos. Pocos años después, en Sevilla, Piojo y Mendieta nos devolvieron la vida plena. Los lloros fueron cantos hasta para un 'Probe Miguel'.

De padres a hijos

Y llegaron más éxitos, más decepciones. Dolor y alegría, a ciclos, como en la economía de la vida. La única certeza, como dice Salva Raga, es que el Valencia es herencia y pertenencia. Mi abuelo diría: «El valencià mal parit, és del Barça o el Madrid». El Valencia es aquel niño que se quedó con las ganas de ver a Wilkes en Mestalla mientras en una cama de hospital leía sobre la delantera eléctrica, el mismo que sí vio a Pasieguito y Waldo. Es el niño que ayer fue por primera vez al templo con el '8' de Baraja... Som Tots.

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