Da la sensación que el Valencia deja sus huellas por un camino de rosas, pero en este inicio de curso hay un futbolista que está sufriendo más de lo que merece: Pablo Hernández. Lo hace por dentro y sin levantar la voz, pero es muy duro sufrir en la sombra. Aún tengo la imagen en la retina de Pablo abrazado a su Blackberry el pasado 11 de septiembre, mientras sus compañeros se cambiaban en los vestuarios de Mestalla. Debió salir como un resorte cuando Unai les dio la alineación. Después de convertirse en el revulsivo contra el Málaga, entró al césped con empate a uno en un duelo que se ganó 1-3, su llama se apagaba. Hay imágenes que no se olvidan, incluso a sus compañeros les pareció sorprendente esa decisión, pero la alineación la confecciona Unai Emery y nunca es al gusto de todos. Fue un palo, pero cuando en el último partido jugado en Mestalla contra el Atlético volvió a ocupar una butaca en el banquillo, lo más difícil es lo que hizo el futbolista de Castelló, no pegar una patada en la silla delante de todos. Venía de marcar un gol y repartir una asistencia tres días antes en el Rico Pérez de Alicante. ¿Qué más tenía que hacer para ser titular?, se preguntaba Pablo. En su posición teórica entró el Chori Domínguez, lo que inclinó hacia la izquierda a Mata. No es fácil confeccionar una alineación cuando tienes a todos tus hombres a tu disposición, pero él hizo algún mérito que otro para tener un hueco en el lugar que le correspondía. Porque Pablo no está sólo para jugar los partidos que se disputen lejos de Mestalla. En El Molinón, Pablo se sacó un taconazo de manual en la acción que culminó con el 0-2. ¿Va a ser suplente ante el Manchester? Sería injusto, pero él no va a cambiar y no reclamará un puesto en los periódicos, aunque a veces ayuda más…