En el Valencia-Sporting de ayer no sólo fueron protagonistas los 28 jugadores que saltaron al césped. También, por cuestiones obvias, tuvo su cota de relevancia el terreno de juego en sí. La hierba se convirtió en objeto de curiosidad y estudio para todos aquellos que se acercaron a Mestalla, quienes querían ver en qué estado había quedado el campo tras su reciente e íntegra renovación. Pues muy bien, por lo visto a lo largo de los 90 minutos de la contienda.

El verde del estadio blanquinegro volvió a hacer a su condición natural. Ni punto de comparación entre su estado hace tres semanas -durante el estreno liguero con el Sevilla- y el que presentaba en la visita gijonesa. Nada de ocultar las calvas con pintura, de ver agujeros de arena o de botes imprevisibles de la pelota. El terreno de juego no ofrecía excusa alguna para desarrollar el mejor fútbol posible. Como se suele decir popularmente, era una alfombra.

Tal era la expectación antes del partido que hasta los dirigentes de ambos equipos quisieron ver de cerca cómo se encontraba el césped. Unos y otros, con Manuel Llorente a la cabeza, lo pisaron y contemplaron una hora antes del pitido inicial. Ya por la satisfacción que reflejaba el rostro del presidente valencianista se intuía, en ese momento, que la modalidad ´Celebration´ del australiano ´Bermudagrass´ hizo a superar la prueba con buena nota.

Los pupilos de Unai Emery ya sabían qué se iban a encontrar, para bien, desde unas horas antes. El entrenamiento a puerta cerrada del sábado, más allá de las lógicas cuestiones deportivas, sirvió para calibrar las posibilidades de la nueva hierba de Mestalla. Ésta, que sustituía a la que había cubierto el campo desde 2000, lleva instalada dos semanas después de un fugaz proceso en el que se instalaron los 8.000 metros cuadrados procedentes de Sant Jaume d´Enveja en tan sólo 6 días.

Lo cierto es que los cuidadores del terreno de juego no se confiaron pese a las positivas sensaciones previas. Durante la jornada, tal y como estaba previsto de antemano, trataron con mimo el pasto. Por la mañana, y por cuarta vez desde que fuera colocada en Mestalla, cortaron la hierba hasta dejarla a una altura de 1´8 centímetros. A falta de hora y media para el inicio del partido, también para lograr que el balón circulase a la perfección, llegó el momento de abrir los aspersores durante apenas 10 minutos.

Hasta con los jugadores de Valencia y Sporting de Gijón haciéndose la fotografía oficial se pudo contemplar a varios empleados del club cuidando el estado del rebovado césped. Rastrillo en mano, como volvería a suceder en el descanso, recolocaron aquellos pequeños petes que habían saltado por el lógico avatar del calentamiento o el encuentro en sí.

El terreno de juego aguantó de principio a fin de partido como si llevara una vida en Mestalla. Ni se levantó ni se hizo hueco alguno durante los noventa minutos de partido. De hecho, los protagonistas actuaron como si jugaran en una alfombra. Por desgracia, el empate con un jugador menos del Sporting de Gijón hizo que a la conclusión del encuentro se hablara más del mal sabor de boca por los dos puntos perdidos que del buen estado del césped. De esta forma, el nuevo amo y señor de Mestalla se quedó sin piropos. Eso sí, los quince operarios que en las últimas dos semanas han trabajado de lo lindo en el estadio de Artes Gráficas se marcharon ayer a sus domicilios con la satisfacción del trabajo bien hecho.