La triatleta Judith Corachán (1984), tercera en el Ironman de Nueva Zelanda, se las ha ingeniado para continuar con su preparación al instalar una piscina inflable en el garaje de su casa que al menos le permite dar unas brazadas y estar en contacto con el agua, en este confinamiento obligatorio por el coronavirus.

Ese podio en Nueva Zelanda, conseguido el 6 de marzo, la clasificó directamente para el Campeonato del Mundo de la especialidad en Kona (Hawai), una prueba que se disputará el 10 de octubre, pero que está en el aire a causa de la pandemia mundial.

Para regresar a casa desde las antípodas, Corachán tenía previsto realizar una breve escala en Hong Kong. Pero la brevedad brilló por su ausencia. "Nos retrasaron dos días el vuelo de Hong Kong a Barcelona y nos pusieron una escala más, en París", explica a EFE la triatleta catalana.

"Evidentemente pasamos muchos controles durante el viaje. Nos tomaban la temperatura y la documentación en todos los sitios. Les importaba mucho saber dónde habíamos hecho escala. Pero, finalmente, dos días más tarde de lo previsto pudimos llegar a casa", relata con una cierta sensación de alivio.

Aquí se encontró con un estado de alarma decretado que obligaba al confinamiento. Durante la primera semana Corachán no sufrió ningún cambio en su planificación física, porque ya tenía pensado descansar para recuperarse del inmenso esfuerzo hecho en el Ironman.

Fue a partir de la segunda cuando empezó a echar de menos entrenarse con normalidad. "De todas maneras, yo me conformaba con hacer cinta y rodillo para mantenerme activa. Fue mi marido, que es triatleta amateur, quien le fue dando vueltas a la cabeza para encontrar una solución que nos permitiera nadar", relata Corachán.

"Mis padres tienen una piscina en la zona comunitaria, pero fue una opción que descartamos rápidamente porque en estos momentos es ilegal", recuerda.

Y al final surgió la idea de comprar una piscina de plástico para meterla en el garaje de casa después de aparcar el coche en la calle.

Lo primero que hicieron fue comprar una cinta que sirviese de cinturón para evitar el avance del cuerpo al hacer las brazadas. "Una vez la tuvimos empezamos a mirar piscinas por Internet y pedimos consejo a un amigo que nada todo el año en casa para saber qué medidas serían suficientes para que nos diese para ejecutar la brazada sin tocar el suelo", comenta.

La piscina de plástico que más se adecuaba a sus necesidades era de segunda mano y hacía 3 metros de largo por 1,10 de alto. "No la hemos llenado hasta arriba; el agua llega hasta los 90 centímetros. Son unas medidas un poco justas que hacen que nademos un poco en diagonal y que tengamos la cinta atada sin tensión. Como te despistes tocas el suelo con la mano, pero así te obligas a hacer una buena técnica", explica.

Allí Corachán nada 20 minutos cada 48 horas: "No tiene nada que ver con nadar en el mar o en una piscina olímpica. Lo único que buscamos es tocar agua. El ciclo de la brazada es el mismo, pero los pies no los trabajas porque los tienes atados y no puedes moverlos. Por eso hay que procurar que no se te cargue mucho la zona lumbar".

El resto del tiempo de preparación física lo dedica a las dos otras especialidades de un triatleta: correr e ir en bicicleta. De todas maneras, Corachán admite que estos entrenamientos no son de nivel.

"En el rodillo, por ejemplo, no puedo hacer desnivel y tan solo hago dos horas. En cambio, mis entrenamientos con la bicicleta en el aire libre acostumbran a ser de cuatro", apunta.

"La idea era aprovechar el pico de forma para volver a competir después de recuperarme del Ironman. Y ahora tengo la sensación de que todo ese trabajo se ha perdido porque solo puedo mantenerme", sentencia.

Corachán no es la única que ha buscado soluciones imaginativas ante la imposibilidad de tocar agua. La nadadora olímpica Jessica Vall explicó el sábado en una entrevista en EFE que está mirando de comprar o alquilar una piscina desmontable para ponerla en su terraza con la intención de recuperar sensaciones en el agua.