El Paseo de los Ingleses tiene un sabor especial. Sin duda es el enclave de Niza más internacional que hay. Por ahí corren a pie o van en bici centenares de deportistas populares, ayer por la mañana, sin ir más lejos. A un lado está la ciudad y al otro la playa, de piedras, pero con un agua de un romántico azul turquesa. Se hace deporte protegido. No hay más remedio. Es imposible que por la acera circule un vehículo que no sea una bici o una bicicleta. Es el testimonio del 14 de julio del 2016 cuando un terrorista islámico mató a 86 personas mientras asistían a los fuegos artificiales por la Fiesta Nacional Francesa.

No podía ser de otro lugar. El Tour de Francia 2020 finaliza este sábado, en su nacimiento deportivo, en el Paseo de los Ingleses, al igual que el domingo, en la doble cita ciclista por los alrededores de Niza. El jueves ya se montaban los escenarios de la meta. Y el jueves también cruzaban la línea de llegada los corredores del Tour entrenando con sus bicis tradicionales y no con las especiales de contrarreloj, como ha sido habitual tantas veces, porque este año no hay

prólogo ni etapa contra el crono por equipos, como el año pasado en Bruselas, cuando esta maravillosa carrera se disputaba en el mes de julio.

Ahora, si te llamas Dumoulin, Roglic, Bernal, Carapaz, Quintana, Pinot, Landa o Valverde (le va muy bien la etapa del domingo) sabes que lo que tienes que afinar son las piernas para la montaña y dejarte de historias con la contrarreloj, porque este año, en un Tour que no atraviesa fronteras, solo hay una, a un día de París, y encima termina en una montaña, la Planche des Belles Filles.

Por eso, este jueves, ya muchos corredores se acercaron a los montes que rodean Niza porque el domingo la etapa ya sube por encima de los 1.500 metros y porque al cuarto día se llega a Orcières- Merlette, donde Ocaña le sacó los colores a Merckx, en 1971, en una edición que habría ganado de no caerse en Menté.

Una placa recuerda el accidente del corredor conquense, en un 2020 donde Menté será protagonista de la principal etapa de unos Pirineos desgraciadamente descafeinados. No es lo mismo acabar en una cima que hacerlo tras un descenso. La bajada es un sufrir. Ya lo decía Jacques Anquetil. Para ganar el Tour hay que subir con fuerza y bajar con prudencia, aunque siempre hay algún loco que se juega el bigote, como el ausente Nibali, al que por algo llaman el Tiburón del Estrecho.

Los Pirineos, sin duda, han sido penalizados en un Tour montañoso como pocos y que solo puede tener un vencedor en la persona de un corredor en plan alpinista, incluso torpe con la bici de cuernos, el arma ciclista de las contrarrelojes. Se vivirá intensamente la etapa 13, la que va por el Macizo Central, 191 kilómetros por lo que denominan, en ese extraño mundo de expresiones ciclistas, como jornada pestosa, lo que podría traducirse como carretera cansina, casi aberrante, sin una recta, con un montón de curvas y con más de 4.000 metros de desnivel acumulado. Una bestialidad, sin duda.

Las mejores escaladas

Si los Pirineos flojean no lo hacen los montes del Jura, con su monumento denominado Grand Colombier, que se subirá por tres de las cuatro vertientes posibles. Y, evidentemente, habrá unos Alpes pletóricos, majestuosos, a pesar de subirse cimas sin historia ciclista, si se exceptúa la Madeleine, cita de la jornada 17, la etapa reina, la que termina en el Col de la Loze, por encima de la famosa estación de esquí de Méribel, con ocho kilómetros finales de los que quitan el hipo y hasta una resaca por culpa de tramos que alcanzan hasta el 24% de desnivel y que obligarán a los corredores, por fuertes que estén, aretorcerse sobre la bici.

Pero es que la despedida alpina, al día siguiente, se presenta como una trampa considerable, sobre todo en el Plateau des Glières, con 1.800 metros sin asfaltar, y en recuerdo a los héroes aragoneses, exiliados republicanos que murieron por la libertad luchando contra el Ejército nazi e impulsando la Resistencia. Su recuerdo sigue vivo en esa montaña. Y en un Tour 100 por 100 francés y que entusiasma a ídolos locales como Pinot. Puede, incluso, que no haya etapa cansina, aunque sí varios esprints, porque dicen que en septiembre acostumbra a hacer más viento que en julio, lo que puede animar etapas como la que une las islas de Oléron y Ré, con las ostras bajo el mar, en el día más llano del Tour 2020.

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