Lo de Manolo no es un adiós, ni siquiera un hasta luego. Manolo seguirá siendo mucho tiempo, quizás por siempre, el director deportivo del Levante. Como un título honorífico. Y es que, tras dos décadas y un periodo que nadie había soñado, no va a desaparecer como un entrenador, un futbolista o un presidente de tres al cuarto al que destituyen, termina contrato o dimite. No. El tiempo, sin exagerar, le conferirá la categoría de mito. Y, por descontado, volverá a casa. A su casa. Veremos con qué cargo, responsabilidad o condición, pero Manolo es uno de los personajes más determinantes en los cien años largos de un club que de no haber sido por él hoy ya no estaría entre nosotros. Ni habría enlazado seis temporadas en Primera y una en Europa ni respirado económicamente. Palabras mayores para un Levante que no le puede brindar una despedida de mercadillo con una foto marronera de cara a la galería. Ni se la puede ofrecer ni alguien tan genuino como él aceptar una patochada de ese calibre. Manolo ha sido Manolo en lo bueno y en lo malo, se va del club por ser Manolo y debe decir adiós sin dejar de serlo. Sin cartas ni bobadas, recogiendo sus cosas sin darse importancia y llorando a moco tendido, pero sólo con los suyos.

Tres días después de los pitos

Uno de los suyos es Quico, que una de dos, o se siente débil para no haberlo peleado más o le ha hecho la envolvente, que no lo creo, entregando la cuchara. Quico, aunque tiene cosas que corregir, no se merece por su desempeño al frente del club silbidos ni pañoladas, señales de disconformidad que afectan y mucho a un Consejo que sin haberse consumado el descenso tardó tres días en precipitar los acontecimientos sobre un cabeza de turco que no estaba en ese palco... El responsable de que Manolo, del que se han dicho auténticas burradas, hubiese dejado claro hace meses que así no seguía, es el Consejo. El presidente, reelegido hasta 2019 y verdad también que por interés propio, se ha portado bien con él, pese a que tal vez le haya faltado ojo. La labor de su mano derecha no puede reducirse al final del contrato de un profesional que más que de sus errores (que los tuvo) ha sido víctima de un tremendo desgaste. Con independencia de si se le podía haber reubicado, era más que un director deportivo al que ver ahora en otro club.

Más artículos de opinión de Rafa Marín, aquí.