Es mi sueño, lo reconozco, pero por más que lo intento nunca consigo arrancar esta columna con gracia ni brillantez. Me encantaría, por ejemplo, hacer como Enrique Ballester, que el otro día le dio las gracias al público del Ciutat por los cánticos hacia su periódico ("¡Levanteee, Levanteee"!». El mismo que acto seguido citó al Messi de los columnistas, Enric González, con una frase que jamás seré capaz de escribir pero que es la mejor que he leído nunca sobre mi pobre profesión: "Los periódicos son como las salchichas, que llevan de todo y conviene no estar presente cuando se elaboran".

Aquí me quedo en blanco, pero pienso siempre en eso y hasta le pongo cara y ojos cuando recuerdo al becario que me dejó plantado porque "esto no es como yo pensaba y me largo de vacaciones a publicar tuits y stories en el Instagram". Esa cara de decepción y ese golpe de realidad son los que no quiero para mis hijos. Por eso no les hablo de la cocina cuando salimos del McDonald´s y prefiero que piensen que voy al fútbol porque soy jugador y no un periodista al que el becario lleva toda la tarde poniendo de vuelta y media por el puñetero Facebook.

Que se me permita la licencia: Opiniones con mi doble moral

Por supuesto en todo lo que llevo escrito hasta aquí me he tomado alguna licencia y hay cosas que no son verdad. Yo soy runner y lo del McDonalds es mentira. Ir sí que voy, pero con suerte me pido una ensalada para mi mujer y luego repelo los cartones. Es mi doble moral, así con la comida rápida como con los benditos periódicos. Sé la verdad, pero aquí estoy, como un campeón, leyéndolo todo, intentando juntar letras y desde la semana pasada incluso suscrito al Washington Post, como si para mí el inglés no fuera como el cirílico. Soy adicto online y cada vez me equivoco más enzarzándome a tuits con chavalillos que atentan contra la ortografía. Una fauna que igual te opina de la portada del SUPER que de la teoría del universo converso o del aborto de la gallina, la mítica canción de Manolo Kabezabolo, que lo he mirado y también tiene Twitter.

Sobre la pregunta del millón: Lo que nos importa y lo que no

En fin, que me aproximo al final y caigo en la cuenta de que el nombre de mi periódico (¡snif!) nunca se coreará en el Ciutat. Y me pregunto, ahora que va a quedarse sin publicar el articulazo que tenía de Bardhi, si vale la pena seguir escribiendo todas las semanas una contraportada del Levante si después de 10 años haciéndolo lo único que importa es averiguar de qué equipo soy en realidad, comprobar mi grupo sanguíneo y exigir que me ponga una bufanda para trabajar. Como si ese no fuera el periodismo que tanto odio, el que se fabrica y vende como la salchichas.

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