No fue la única causa, pero los arbitrajes en general y el VAR en particular empujaron al Levante UD hacia el fondo de la clasificación la temporada pasada y eso es algo que no se olvida. Ojalá el capítulo de Soto Grado y el fuera de juego de Roger por los pelos del sobaco no pase de ahí porque sería catastrófico que se repitiera lo ocurrido en aquel tramo comprendido entre la denuncia a la Federación por el 'caso Chumi' (ejem) y la explosión de Quico en San Mamés. Y ojalá también la tecnología en el fútbol, para el Levante UD y para cualquiera, lo sea pero de verdad. En los tiempos de la inteligencia artificial y el big data, con los jugadores perfectamente geolocalizados sobre el campo, si no se aplica un sistema que detecte los fueras de juego con la misma precisión que el ojo de halcón los goles fantasma, no es porque no se pueda sino porque no se quiere. Utilizando tecnología de verdad se acabó incluso el problema de aclarar cuáles son los criterios que valen para unos sí y para otros no. Y, por supuesto, se acabó también lo de la licenciatura en trigonometría para arbitrar un partido.

El VAR actual, por muchas líneas que se tiren con el Hawk-Eye, es como usar un Nokia en los tiempos del Iphone. El problema, igual que en cualquier orden, no son los avances, sino el uso que se hace de ellos. Porque para esto, al menos en el fútbol, dejémoslo estar. La orden en el caso de que haya duda es continuar y favorecer el fútbol ofensivo, pero resulta que es al revés y las líneas se tiran con la intención de invalidar groserías que por desgracia para el Levante van del talón de Morales a la axila del Pistolero. Encima a que el CTA no va decir ni mu.