Hay palabras que las carga el diablo y eso que en las que salieron de la boca de Raphael Dwamena el día de su presentación como nuevo jugador del Levante UD no era precisamente a Belcebú a quien se mentaba. El ghanés, de conocidas creencias religiosas, le dio las gracias a Dios después de que los médicos del Brighton le alertaran de que no debería jugar al fútbol: «Él no quiso que estuviera en Inglaterra, no tenía ningún problema en el corazón y su voluntad es que esté aquí ahora». Dos años después, durante el partido entre el Zaragoza y el Cádiz, el holter que lleva instalado en el pecho para monitorizar sus latidos estuvo a punto de explotar. Dios volvió a echarle un cable salvándole la vida.

Preguntas que contestar

Atendiendo a los precedentes es posible que Dwamena vuelva a jugar, tal vez algún remoto día, pero si lo hace será desde luego por su cuenta y riesgo, además de con la colaboración negligente de quien se lo permita. Las pruebas son irrefutables y, según los especialistas, no hay nada que hacer. Hasta su doctor en Suiza, el último eslabón que le queda, las ha visto ya y lo tiene claro. Difícilmente le dará una respuesta distinta a la de sus colegas de la Quirón de Zaragoza y la Brugada de Barcelona. Es una pena y cualquiera empatiza con las lágrimas que se le saltaron el jueves cuando se pasó por el Ciutat. Pero peor habría sido que ya no pudiera contarlo; que le hubiese ocurrido lo que a otros futbolistas caídos en un campo por muerte súbita; que, por este orden, al drama humano, deportivo y económico, aunque esto último quede feo recordarlo, se le sumase la tragedia de una muerte evitable. Sin ánimo de echarle la culpa a nadie no estaría de más, cuando llegue la hora (si llega) de depurar responsabilidades, que alguien explique cómo tres clubes lo declararon apto para el deporte de élite (Zúrich, Levante y Zaragoza) después de que se frustrase su traspaso a la Premier.

Como un trozo de pan

En contra de lo que siempre se ha pensado, por cierto, Dwamena no fue moneda de cambio con Lerma, sino que el Levante lo fichó porque los técnicos se empeñaron. Su rendimiento, sin embargo, estuvo a años luz de su precio. De su año en Orriols se le recuerda, en lo bueno, no por nada que hiciera en el campo, sino por ser un trozo de pan. Por eso fastidia más su desgracia.